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Judas, profecía vs Israel.

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 5 jul
  • 5 Min. de lectura

Actualizado: hace 7 días

Amados hermanos nuestros, que la paz, gracia y amor del Señor Jesucristo sea con ustedes, en su espíritu, amén. 

El siguiente pasaje también representa el testimonio traidor de Israel, de darle la espalda a su Dios. Dada su carencia en aquellos días de esclavitud, el pueblo de Israel enfermó gravemente de avaricia, codicia y envidia. No bastaron los sacrificios, las proezas y los milagros del Dios Vivo a favor de ellos, siempre querían todo a cuenta de nada.

Nuestro Dios y Padre -por la gracia salvadora de Jesucristo Su Hijo y nuestro Señor y Maestro- envió mensajeros no pocos a través de los siglos, atendió sus demandas y les dejó reglas muy claras sobre cómo agradarle. Tuvo una paciencia milenaria, luego les envió profetas, quienes en su nombre les proveyó de información futura para su propia gestión y observancia y así, agradarle, siendo todavía su testimonio en este contorno que llamamos Tierra. 

Pero no.

Tierras, poder, fama, riqueza, poder, añorar lo ajeno hasta conseguirlo es la cruel enfermedad mortal que aqueja a estos humanos, otrora pueblo de Dios. 

Tras este contexto, ahora nada cuesta afirmar que el Iscariote es el espíritu nacional de esta generación también adúltera y perversa, pues hasta en estos días niegan la existencia y venida anterior de Su Rey el único Ungido de Jehová, en forma de un Príncipe apacible y humilde. Nada aceptan del Profeta prometido por Moisés, de aquél a quién David llamó “mi Señor”, el futuro de Sion revelado por Isaías, Jeremías y Zacarías, entre otros profetas.

Leyendo a Mateo 27:3-10, dice esto: 3 Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, 4 diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! 5 Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó. 6 Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. 7 Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros. 8 Por lo cual aquel campo se llama hasta el día de hoy: Campo de sangre. 9 Así se cumplió lo dicho por el profeta Jeremías, cuando dijo: Y tomaron las treinta piezas de plata, precio del apreciado, según precio puesto por los hijos de Israel; 10 y las dieron para el campo del alfarero, como me ordenó el Señor.

Iscariote, personaje creado para llevar a cabo esta misión, fue llamado para entregar al Señor. Simboliza además, a todo ser quien, teniendo el poder y oportunidad de ser salvo, solo se infiltra para obtener ganancia deshonesta, poder, fama, etc. y no le interesa en lo absoluto la palabra, el testimonio, cuidar la salvación, etcétera.

Todos los religiosos entregados a disuadir a sus congéneres de seguir la ley y negar el evangelio, caen en esta categoría. Ponen precio a la cabeza de Cristo -aun al día de hoy y a quienes lo profesan- buscan beneficio alguno y quedarse con lo que buscan.

Iscariote nunca meditó -le fue impedido por satanás- en que querían humillar a Jesús, como para sentar un precedente disuasivo a todos los que en él creían de no confesarlo o hablar de él; borrar su memoria, pues. De alguna manera, pensó que lo arrestarían, lo golpearían y luego lo soltarían.

Urdió su plan, y aunque el mismo Señor Jesús lo dijo no pocas veces, él nunca prestó atención, pues estaba ocupado en conseguir recursos económicos para el sustento del grupo y de ahí el sustraía para su propio beneficio. En eso no prestó atención porque no creía en él. Entró por un oído el evangelio y salió por el otro como si nada aconteciese.

Así ahora los hijos de esta nación pecadora ​​que no creen en Jesucristo. Sordos, ciegos y muertos. Solo oyen lo que le conviene, buscan conseguir recursos para su propia alforja y ya ni se toman la molestia de decir que es por Dios. Cierran su mente, corazón y alma para oír el mensaje de arrepentimiento y simulan adorar a Dios.

Luego el Iscariote, cuando el diablo le dejó, entró en razón y entendió que Jesús ya no saldría y por el contrario, sería muerto y humillado, entró en pánico mortal. El dinero que tanto ansió, el precio convenido para su muerte indigna, lo aborreció. Le dio por un momento un sentimiento de asco y repugnancia haber vendido al Maestro por tan poca cosa. QUISO JUSTIFICARSE, REGRESÁNDOLO. Arrepentido dijo: yo he pecado entregando sangre inocente. ¿Y de qué sirve ahora? Para nada. Su actitud es tardía, humana, sosa y hueca. Se dio cuenta que, muerto Jesús, tarde o temprano, sería hallado traidor, su minita de oro y sin su protector, el Maestro, sería perseguido.

Y fue perseguido, a su maldad le fue añadida maldad, tanta que no será contado entre los justos ni los salvos, como se escribe acerca de él en el Salmo 69:25-28 y esta profecía incluye en estos días a quienes vituperan a Cristo dos veces en pleno uso de sus facultades mentales dentro de estas generaciones: primero, porque en el primer llamamiento no atendieron cuando anduvo Jesús entre ellos; y ahora porque persiguen y cierran sus oídos y rechinan sus dientes a quienes les llevan el anuncio por el Espíritu Santo.

Tiró las monedas sucias de su pecado y huyó hacia su cruel error y destino. Ellos, después de haber obtenido lo que querían, la vida del Cordero, se burlaron y lo aborrecieron por traidor. Ellos nunca aceptarían que la traición es el espíritu que los movía, pues ellos desde mucho antes traicionaron al Dios de Abraham, de Isaac y Jacob al rechazar el mensaje conciliador del Cordero. En lo que Jesús era vituperado, estos tomaron consejo para deshacerse de esas monedas inicuas y compraron un campo en el cual enterraron a los extranjeros muertos. Se le llamó campo de sangre por cuanto fue el precio de la muerte del Señor Jesús, ya predicho también para vergüenza y condenación de esa generación y quienes no formen parte de los redimidos de Israel. Jeremías, un enemigo del sistema clerical judaico, fue quién describió esto, también Zacarías fue consagrado para hablar de lo torcido de esta generación de pastores inútiles que vendieron a las ovejas a la perdición y muerte e hirieron al Pastor del rebaño, para intentar quedarse con la Heredad y el Reino.

Judas Iscariote, pues, es el símbolo de los sistemas político, económico y religioso actuales. Solo aquellos quienes renuncien a todo lo mundano y se arrepientan de su gran pecado serán parte de la tercera parte escogida por el propio Dios cuyo Rey será Jesucristo cuando de nueva cuenta descienda sobre el Monte de los Olivos para restaurar la nación que juró dar a Abraham, a Isaac y a Jacob. Jesucristo, nuestro Señor restaurará todas las cosas y estos impíos pasados, presente y futuros serán desgajados y echados al fuego eterno que le espera a Judas y a todos los que siguen su camino.

Líbrenos el Señor del flagelo que implica tener Judas en la vida espiritual y secular al interior de la iglesia de nuestro Señor Jesús en las congregaciones donde es confesado y alabado su nombre en Espíritu y en verdad.

Que la paz, gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados lectores, amén.

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