Y echó fuera a muchos demonios.
- Cuerpo Editorial

- 25 oct
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Amados hermanos nuestros: que la paz, gracia y amor del Señor Jesucristo sea con ustedes, en su espíritu, amén.
Amados hermanos, el Señor Jesucristo nunca tuvo tiempo qué perder. Refiere la Escritura en Marcos 1:32-34 que el Señor fue muy diligente en su ministerio. Incluso, tras caer el sol, cuando en trabajos diurnos ya nos disponemos a descansar del arduo trabajo, el amor y obediencia de Cristo no tuvo límites y fortalecido por el Espíritu y en franca misericordia se dedicó a sanar y restaurar.
Leamos el contexto bíblico al respecto:
32 Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; 33 y toda la ciudad se agolpó a la puerta. 34 Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba hablar a los demonios, porque le conocían.
Samaria y Judea estaban muy necesitados de la reconexión de Dios. El pueblo de Israel urgía reencontrarse con su Libertador a través del Enviado. Pero ellos veían en Cristo no a un Rey, sino a un profeta. Muchos creían sí, pero solamente por los favores recibidos. En tanto, otros solo tenían la fe para ser sanados, aunque todavía no convencidos de creer y escucharle. Y los curiosos y entrometidos que solamente esparcían rumores.
Entre todos estos, en este pueblo se agolparon, según está escrito, en la puerta de la ciudad para ser testigos de primera mano de estos milagros.
No solamente los multiformes enfermos, que tienen en su haber estos males y que familia y amigos traían el pesar eran liberados de tal prisión, sino los endemoniados, aquellas almas verdaderamente presas y objetivos débiles poseídos y atormentados.
Estos endemoniados constituían un lastre para la sociedad porque eran agresivos y no había espacio para el bien en su comunidad. Además, eran un riesgo para el ministerio de Cristo, porque escrito está que ellos, al ser espíritus, le conocían. Como tenían bajo su dominio cuerpos humanos vivos, podrían hablar cosas inadecuadas, rompiendo con el plan de Dios.
La interacción con los humanos es un oprobioso mal que ellos cometen, pues sabiéndose ya condenados, buscan arrebatar almas al Creador. Es por eso que muchos poseídos hablan cosas de lo espiritual tratando de confundir al rebelde e ignorante ser humano natural.
Es por eso que el Señor Jesucristo no les permitió en casi la totalidad de los casos interactuar con él. No podrían confesarle como el Hijo del Altísimo. No podían descubrir su verdadera identidad antes de tiempo. No tenían que descubrir su verdadera misión en la Tierra y los motivos para expulsarlos de tales cuerpos, un pecado de robo.
Por tanto, tenía que liberarlos, también por amor y misericordia, pues esas almas fueron enclaustradas y los espíritus tomaron el control ilegalmente -en la ley de Dios- esos cuerpos. Dios asignó un alma, un “yo” a cada cuerpo”. Y los ángeles caídos, demonios, espíritus del mal, gobernadores arrebataron indebidamente el control sobre débiles y crédulos humanos para hacer de las suyas. Este robo de cuerpo impedía que estas almas tuviesen acceso a su propio libre albedrío siendo esclavas de esos malos sentimientos y pensamientos. Nunca un endemoniado hará el bien ni permitirá que el nombre de Cristo sea confesado.
Antes bien, buscará manchar su nombre.
Y así, nuestro Señor liberó a esa ciudad de tales males y así pudo continuar su camino y ministerio. Somos nosotros, la naturaleza caída, los únicos con la potestad dada del cielo de confesarle quién es. Muchos ya somos salvos, restaurados; otros faltan por ser salvados y otro por ser restaurados del flagelo se ser poseídos. Pero es cuestión de la fe para lograr tal efecto.
Que la paz, gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados lectores, amén.




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