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CODICIA Y ENVIDIA.

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 6 dic 2014
  • 3 Min. de lectura

Paz y gracia del Señor Jesucristo en sus vidas amados lectores. Doy gracias a Dios porque por medio de Él, somos acercados a la gracia eterna consistente de amor fe y esperanza. Lo anterior otorgado por el Hijo, a quien amamos y seguimos fielmente a pesar de nuestros asegunes, saludos.


Pues bien, dentro de estos asegunes hay dos tópicos para tratar en esa ocasión, preciosas ovejas. El primero es la envidia, que es un pecado que deforma nuestra realidad, percepción de las cosas y por ende nuestra espiritualidad. La envidia básicamente infelicidad al querer ser como alguien más, no como ejemplo de imitación sino como ocupar su lugar, su vida. Es un estado primitivo, básico del hombre de experimentarla, sentirla y poseerla, pero que al ser una maleza espiritual que echa raíces pronto, su erradicación es muy costosa y dolorosa para quien la deja crecer en su interior.


Es el sentimiento de merecer más que alguien, ser reconocido más que alguien en virtud que “somos superiores” a ese alguien a quien acechamos. El enemigo de Dios fue el primero que experimentó esto. Y ahora lo trata de expandir entre nosotros, las criaturas de Dios y sobre todo en sus hijos cual cáncer.


Y de hecho constituye uno de los muchos cánceres del alma donde, si no te trata a tiempo, te conlleva a la muerte espiritual. El remedio contra la envidia es el contentamiento. No podemos aspirar a más en lo secular que lo que nos es otorgado por Dios. No podemos voltear al mundo a ser como ellos y desear lo que ellos aquí tienen (diversión, “inmunidad espiritual”, cauterización de la conciencia, etc) porque ciertamente solo eso tendrán y no hay más para ellos.


Pero nosotros, que hemos escogido la mejor parte, escuchar la palabra de Jesucristo y seguirla, debemos practicar el contentamiento. Si Dios pide que tengamos poco y trabajemos con el esfuerzo de nuestras manos, es porque es sabio, así, tendremos siempre tiempo de dar al César lo que es de César y a Dios lo que es Dios. Recordemos que el reino de los cielos no es comida ni bebida, y tampoco es propósito de estar afanados por ser famosos, ricos, poderosos o influyentes aquí.


La envidia, para finalizar, es la perversión a imitar, a querer ser, a seguir el ejemplo. ¿De quién? ¡De Cristo! Porque el diablo no quiere que imites a Cristo, quiere que voltees al mundo como Pedro y te hundas en tu error como el lo hiciera. Es menester pues a que no anhelemos nada de lo que está aquí, sino tener a Cristo siempre en nuestras vidas caminando tras sus pasos, estando en paz con todos y no ver las cosas terrenales, sino las espirituales que son las que nos interesan porque si nos entretenemos en lo terrenal ¿quién verá lo espiritual?


En cuanto a la codicia, es el deseo enfermo de tener lo que otro posee. Es similar a la envidia, pero a diferencia de ésta, es querer tener todo lo terrenal que alguien más posee. No le interesa la persona en sí, sino lo que la persona tiene. La maldad de este sentir radica en la situación que si no se refrena puede dar lugar al latrocinio u homicidio. Desgraciadamente, la codicia, amados lectores míos, a veces no se subsana con comprar un objeto similar al que se codicia, sino que se tiene la falsa necesidad de poseer aquél específico objeto. Tanto una como la otra son tan malas que es mejor tenerlos fuera de nosotros, puesto que son sentimientos demasiado sutiles y a la vez fuertes. Pero el Espíritu Santo sabrá detectar sus presencias, como un antivirus espiritual y nos alertará.


Por eso el Señor nos proveyó del Espíritu Santo, porque sabía que al acercarnos al fin de los tiempos, nosotros los postreros, tendríamos batallas espirituales más difíciles de enfrentar contra el mundo, su príncipe y nuestras propias debilidades.


Como dice en Marcos 7:21-23 21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, 22 los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. 23 Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.


Y en Santiago 4:2-3 2 Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. 3 Pedis, y no recibis, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites.


Para evitar sentir codicia es tener contentamiento con lo que tenemos y no dejar que el corazón sea tentado por algo (alguien) que no nos pertenezca. Siempre tener la vista en Cristo Jesús, Señor nuestro, nuestro Salvador y Abogado para nuestras causas.


Amados, Cristo viene pronto, ruego pues, sean mantenidos en paz, amor, ruego, súplica unos con otros con fe ferviente para no caer en estas trampas del alma. Que la paz y gracia del Señor Jesús esté en ustedes, Amén.

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