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Mandamientos de Jesucristo (3)

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 28 oct 2015
  • 3 Min. de lectura

​Si el adulterio conduce al factor desunión en un matrimonio, el divorcio es causal de la disolución matrimonial de una pareja. En la antigua ley había autorización, lo externo así nuestro Señor Jesucristo en Mateo 5:31 También fue dicho: Cualquiera que repudie a su mujer, dele carta de divorcio. Las variables eran diversas y muchas de ellas, el hombre manipulaba las causas y hacían que las normas fueran flexibles según la conveniencia de los actores, generalmente ricos que ejercían su poder sobre el clero.


Jesucristo sabe lo que tiene el hombre en su corazón, un hombre sin temor de Dios no sigue más que su propia voluntad y se encierra en su “yo”, o participa en la maldad de otros como él; el adulterio lastima la esfera espiritual, hay una mortal consecuencia, que si los hombres lo conociesen se abstendría de ver el fin en la desobediencia de esta regla espiritual.


El violento desenlace de la acción del pecado, reacciona en el entorno y la vida del ofensor y la ofendida o viceversa, el acto corporativo de un matrimonio de integrarse dos cuerpos en un solo y por ende en una cabeza, el hombre lo desvirtúa y se le hace fácil romper el vínculo matrimonial.


Las causas y justificaciones pueden ser muchas y lo que desean es seguir el instinto de su carne y su desprecio por la voluntad de Dios, es en el matrimonio el lugar idóneo para amar y perdonar. Los siervos de Dios saben que una mujer es igual que las otras mujeres, más vale conciliar el desacuerdo, observar el plano juntos y tener la misma perspectiva del asunto en disputa antes de entrar en un conflicto que extreme posiciones de guerra.


El hombre de Dios sabe que el vaso es frágil pero no débil; debe de ser tratada con cuidado porque está propensa a romperse en cualquier momento y por ello no hay salida fácil, es de paciencia, esperanza y amor, mucho amor.


El Señor Jesús manda a su iglesia en Mateo 5:32 Pero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio. Que existe un solo hecho en el cual se puede repudiar a la mujer y cuando ella ha querido desunir su obediencia a su Señor, horrenda cosa delante de Dios y que trae grandes males a las que cometen dicha aberración. Ella queda marcada y la ley ponía en su lugar a las infractoras en la muerte física.


El destino de una mujer sola no es conveniente por su soledad, porque tarde que temprano quedará al arbitrio de sucumbir en deseo, la mujer debe tener paciencia y armarse de solicitud a Dios para soportar los actos torpes o violentos de sus maridos, una regla para aquellos que quieran interferir en asuntos de un matrimonio, no lo hagan o les cae juicio por su intervención.


El adulterio es un pecado espiritual de muerte, en nuestros tiempos obedece a una contemplación meramente espiritual, los hijos de Dios se casan con las hijas de Dios. (Ver los anteriores blogs: Matrimonio y Divorcio).


Durante siglos el sistema religioso universal prohibió el divorcio haciendo intolerante la vida de aquellas personas que estaban en yugo desigual de religiones, de ahí, que ese sistema religioso no es el escogido para discernir las escrituras, la iglesia de Jesucristo ha sacado a la luz de la verdad, sobre estos mandamientos, el divorcio está justificado siempre y cuando se haya cometido esa infidelidad en la carne y todos aquellos que se han casado en ese régimen religioso, no constituye el matrimonio en el cual descansa la verdad y la autorización de Dios nuestro Padre, el verdadero matrimonio es el que se consume entre un hijo e hija de Dios en el Señor Jesucristo y sin que haya ninguna persona al frente llámese sacerdote, pastor, reverendo o como se le quiera llamar.


Hombre y mujer que has estado en cautiverio en una religión o denominación, sal pueblo a la libertad gloriosa del Señor Jesucristo, el matrimonio es entre dos seres libres que se profesan los votos ante el Señor Jesucristo y viviendo su palabra, la iglesia atestigua tal acto para testimonio de la vida en Cristo de sus santos. Amén.

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