Editorial 73

La paz y gracia de nuestro Señor Jesucristo en vuestro espíritu.

Los hijos de Dios por la fe en el Señor Jesucristo debemos de vivir en el amor de Dios, dándolo en todo nuestro ser. Como nos enseña el nuevo pacto, Dios es amor y sus hijos (por consiguiente) tienen que prodigar el amor a sus semejantes. Dios ama a toda su creación humana y prodigó a su Hijo por el rescate de todos, Jesucristo ama la voluntad del Padre y dio su vida por la salvación de los hombres.

En la iglesia de Jesucristo establecida en todo el orbe es el cuerpo de Jesucristo y su amor entre los hermanos debe ser una realidad al soportar, sufrir, creer y esperar. Debemos comprender que el amor es una culminación de la vida espiritual en esta vida, cada uno de los santos estamos preparados y diseñados para vivir el amor primeramente en el seno de la iglesia y también con los de afuera, aun cuando sea, el soporte de sus desprecios y oprobios por no seguirlos en la corriente del mundo.

Las cosas que se hacen por amor tienen una misión doble de existencia: por un lado satisface la necesidad de la otra persona y luego cumple con una complacencia interna de hacerlo por amor. Este amor espiritual lo llena todo cuando se hace por el Espíritu que nos da los dones y el fruto, según sea su gracia en nosotros.

La esencia del amor es lo que brilla en nuestras vidas, es el reflejo de nuestro testimonio en nuestras vidas, es la luz que resplandece en las tinieblas del mundo, hemos sido enseñados a que no nos pongamos debajo de algo o de alguien que cubra nuestra luz, por el contrario, debemos de estar en un lugar que alumbre la benignidad de nuestro Padre, a través de la fluidez de Jesucristo en nuestro andar en esta vida.

Es el camino que marca nuestra travesía a la eternidad es un trayecto de paz, de hacer el bien a los demás, de sufrimiento, de fe, esperanza y amor, de obediencia a Dios y poner nuestros ojos en Jesucristo, él os devolverá todo para que disfrutemos la plenitud del propósito para el cual fuimos creados.

Somos linaje divino y transitamos efímeramente, ésta no es nuestra vida a la que fuimos a reinar materialmente o en la vista, aquí es donde nos prepararemos para reinar con Dios en nuestro corazón, en espera de su regreso por mil años y prepararnos para la eternidad. Amén.

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