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El que no es contra nosotros, por nosotros es.

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 4 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

37 El que reciba en mi nombre a un niño como este, me recibe a mí; y el que a mí me recibe, no me recibe a mí sino al que me envió. 38 Juan le respondió diciendo: Maestro, hemos visto a uno que en tu nombre echaba fuera demonios, pero él no nos sigue; y se lo prohibimos, porque no nos seguía. 39 Pero Jesús dijo: No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. 40 Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es. 41 Y cualquiera que os diere un vaso de agua en mi nombre, porque sois de Cristo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.


El pasaje anterior se encuentra en Marcos capítulo 9 del versículo 37 al 41 es quizá una de las aseveraciones más distintivas e importantes entre los creyentes del Señor Jesucristo. Nace de una discusión de quién iba ser el mayor de los discípulos, los discípulos que andaban con Jesús, los futuros apóstoles en la iglesia de Jerusalén, no habían recibido el Espíritu Santo aun y naturalmente andaban en el estado natural de la carne. Creían y servían a Jesús y atendían y obedecían sus instrucciones, pero no contaban con el Espíritu Santo venido de lo Alto.


Ellos habían recibido el Espíritu por el soplo de Jesucristo para ir a evangelizar en la misión que él los envió. Pero seguían en su carne, los evangelios dan testimonio de sus continuos errores de percepción espiritual, mas aun así Jesucristo les procuraba enseñar la doctrina y las enseñanzas del Padre, con paciencia y humildad.


Los niños en su etapa infantil son dotados de una ingenuidad y falta de malicia. Son por naturaleza inquietos pero dóciles y mansos, así deben ser los que reciben a Jesucristo y recibiéndole a él, reciben al Padre. Con esto acallaba esa disputa quién iba ser el mayor entre ellos. El que recibe a Jesucristo: la humildad y la mansedumbre, el servicio a los demás, es lo que identifica a los siervos de Dios, hoy en día los religiosos y los líderes denominacionales se sirven de la gente y se enseñorean de una forma mundana y pagana sobre sus feligreses, desobedeciendo la palabra e ignorándola porque ellos no son de Jesucristo.


Juan describe a su maestro que habían visto a uno que en su nombre echaba fuera demonios, pero él no les seguía y se lo prohibieron, porque no les seguía.


Había muchos discípulos que habían creído en él, estaban los setenta que envió; los seguidores de Juan que entendieron que Juan era solo un mensajero y que Jesús era el Hijo de Dios; los que creían escuchándolo y viendo su poder en los milagros y todos aquellos que habían creído a través de su ministerio y recorrido por todo Israel.


Los discípulos que él había escogido estaban con él, ellos ya estaban predestinados a recibir el Espíritu Santo en Pentecostés (salvo el que lo iba a traicionar) pero Juan pensaba al igual que los otros que nada más eran ellos, por eso se atrevieron a prohibirle a ese varón porque no los seguía.


Jesucristo recibía muchas señales del Padre de que la palabra se estaba cumpliendo y el Señor se gozaba en ello. Jesucristo sabía que los que iban a creer en su nombre, era por voluntad del Padre, nadie viene a Jesucristo sino por el Padre quien los envía, y reconocía que la bondad de Dios es infinita para con los hombres.


El varón solitario que echaba fuera demonios estaba fortalecido por el Espíritu de Dios, podía haber sido un hombre puro, que obedecía la ley, oraba y ayunaba. Lo cierto es que Jesucristo reconoce que está investido de lo Alto y anuncia que los milagros son en su nombre, en nadie más. Con esto queda en evidencia la blasfemia de atribuir a personajes humanos como hacedores de milagros, provocando a celos al Señor Jesús.


Y así nosotros cuando vemos que hay hermanos sinceros en la obra del Señor haciendo milagros, aun cuando no nos congreguemos, si lo hace en el nombre del Señor Jesús es un elemento y miembro del cuerpo de Cristo.


Y anuncia una promesa a todos aquellos que ayudan a los hermanos en Jesucristo, no perderá su recompensa, sino que estará latente la protección y cuidado del Padre sobre los que asisten y apoyan a los siervos de Jesucristo en su ministerio, obra o servicio. Amén.


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