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Tú lo dices

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 16 jul 2016
  • 3 Min. de lectura

El tema en el que este blog está enfocado es referente a la insistencia de Pilato en preguntarle a Jesús: “¿Eres tú el Rey de los judíos?”, tras lo cual Jesús, con plena sabiduría, le contesta: “tu lo dices”.


Pues bien, Pilato sabía que no estaba ante un delincuente o criminal como los que acostumbraba sortear en sus funciones, porque Jesús denotaba su sabiduría con el sólo hecho de mantenerse callado, con un silencio divino que imponía ser admirado por permanecer mudo ante las acusaciones que hacían los sacerdotes judíos junto con los escribas y todo el concilio.


Pilato veía una injusticia pues no podía imaginarse cómo un hombre con la apariencia humilde y seria de Jesucristo pudiese ser una amenaza para el César y el sistema político romano, aun cuando los judíos en aras de fundamentar sus acusaciones proferían toda clase de calumnias e imputaciones que no concordaban con la realidad de lo que sus ojos veían.


Pilato discernía su decisión entre salvar a Jesús por el consejo de su esposa o bien acceder a la pretensión de los religiosos. Pilato tiene experiencia y sabe que un hombre justo dirá las palabras justas que procedan de lo alto para manifestar la sabiduría de Dios.


Jesús nos enseñó que cuando fuéramos con las autoridades -por causa del testimonio de los hijos de Dios por la fe en Jesucristo- y seamos acusados, debemos guardarnos en silencio las acusaciones, ya que en ese momento el Espíritu Santo hablará por aquellos que han sido acusados y él tomará el destino de dicho juicio.


Hemos sido comprados por sangre y ciertamente la sangre de Jesucristo está en nosotros para identificar y dar testimonio que somos hijos de Dios y quien se atreva a hacernos un daño más les vale que esté en el propósito de nuestro Padre para exaltar el nombre de Jesucristo.


No debemos tener temor de manifestar nuestra fe en el Señor Jesucristo, él tiene cuidado de nosotros. Los que ejercen ministerio de parte del Señor Jesucristo son asediados por evangelizar y enseñar la sana doctrina del Señor Jesucristo. Los religiosos, los malos obreros, y los engañadores imitan este padecimiento y se hacen ver como si pregonaran el evangelio de la fe del Señor Jesucristo, cuando en realidad difunden causas propias, terrenales, humanas que no tienen ningún sentido espiritual de la palabra de Jesucristo.


Transcribo los primeros versículos del capitulo de Marcos 15:1-5 para la lectura sana de tu vida espiritual:


Muy de mañana, habiendo tenido consejo los principales sacerdotes con los ancianos, con los escribas y con todo el concilio, llevaron a Jesús atado, y le entregaron a Pilato. 2 Pilato le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondiendo él, le dijo: Tú lo dices. 3 Y los principales sacerdotes le acusaban mucho. 4 Otra vez le preguntó Pilato, diciendo: ¿Nada respondes? Mira de cuántas cosas te acusan. 5 Mas Jesús ni aun con eso respondió; de modo que Pilato se maravillaba. Amen.


Y es que el asombro de Pilato con respecto al silencio fervoroso de Jesús obedece al hecho que no daba crédito cómo no le interesaba rebatir las calumnias y acusaciones hechas.


Lo anterior se establece porque como humanos solemos crear una postura defensiva ante un entorno desfavorable, por aquello de las dudas y estar preparados para contraponer algún punto de discordancia. Pero en el Espíritu esta acción es incorrecta, pues es la misma sabiduría emanada del mismo Espíritu Santo que debe fluir para declarar las cosas de lo Alto, no terrenales ni mundanas que nos puedan acusar. Es aquí en este punto álgido donde el Espíritu en pocas frases declara cosas irrebatibles, verdades supremas, establece el juicio a los actores impíos del momento a fin de que el sacrificio sea consumado y a la vez no olvidado ni en vano, pues la justicia llegará a su debido tiempo.


Y la verdad es que no había manera de que Jesús se defendiese, pues si lo hacía desbarataba el sacrificio pues él sabía que todo eran falacias y mentiras, unas cuantas frases y Pilato le liberaba pero… No era su voluntad, sino la del Padre, él debía ser crucificado, para rescate de nuestras almas. El tuvo qué menguar, tuvo qué callar, tuvo qué esperar la respuesta del Espíritu Santo.


Esa fortaleza espiritual de renunciar al deseo carnal es lo que debemos aspirar en pro de los asuntos del Reino y para vergüenza del mal, el pecado y del malo. Amén.


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