El pecado que mora en mi
- Cuerpo Editorial
- 25 mar 2018
- 5 Min. de lectura

Uno de los mayores engaños de la religión universal es el dogma llamado -pecado original- con el que nace todo ser vivo. Eso es una mala interpretación y lo utilizan para mantener en horror a sus feligreses y eso lo dicen para mantener cautivos desde su infancia a los niños recién nacidos y bautizarlos en una tradición no escritural y con un fraseología no inspirada por el Espíritu Santo “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” en lugar de bautizarlos (sumergirlos en agua) en el nombre de Jesucristo.
Ignoran y engañan con sus ritos que no proceden de la escritura del nuevo pacto. Los niños judíos no conocen la ley sino hasta los trece años, ellos viven en ciertos conocimientos enseñados por sus padres, así que si uno de esos niños muriera no podría condenarse porque no conocen la ley, y por ende no conocen el pecado. Un niño recién nacido o un infante que no tenga conocimiento de la ley no comete pecado; Dios es amor, justo y bueno. Pero las religiones y denominaciones con sus falsas enseñanzas se hacen las insustituibles para resolver ese problema, haciéndose pasar por intercesoras y grandes conocedoras de la escritura… Sin embargo, la lectura de los siguientes versículos los exhibirá de esa posición fraudulenta que practican.
Los hombres religiosos enseñaron a los hombres a no codiciar en lugar de enseñarlos a renunciarse a la codicia; a no matar en lugar de renunciarse a matar. Si bien el hombre conoció la ley por Moisés antes hubo pueblos que establecieron sus reglas para mantener la convivencia pacífica y segura, aunque no pudieron acatarla en toda su extensión porque aun cuando no quieran pecar el conocer la ley hace más difícil el cumplirla y obedecerla.
Pablo escribe en los versículos: 9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. 10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. El gran apóstol tomado por el mismo Señor Jesucristo escribe estas palabras para enseñarnos la fuente de nuestras rebeliones, si a un denominacional le explicas esto se ofenden y se apartan de ti. Son mentirosos y tergiversan la escritura, 12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. 13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. 14 Porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado. 15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.
Esto es una realidad, nuestra carne es una constante lucha contra el Espíritu, nuestra alma se va por un lado y encuentra el otro lado mejor. La carne atrae pero es muerte y el Espíritu es vida, debemos de renunciarnos, despojarnos y andar en fe para vencer al pecado, no con nuestras fuerzas sino con la ayuda del Señor Jesús.
16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena.
17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí.
18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo.
19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.
20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.
21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
No podemos luchar con nuestra carne, solo el Espíritu Santo puede llevarnos a la perfección. En nuestra carne no podemos, seguirán apareciéndose en nuestra carne todos los deseos que tenemos hasta nuestra partida. El apóstol Pablo experimentó toda esta palabra y el Espíritu la ordena en la primera carta para que los creyentes tengan el acceso a los primeros rudimentos de la sabiduría de Dios.
22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios;
23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.
24 ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado.
Debemos ser libres en Jesucristo y llevar toda carga a él, él nos conoce, sabe nuestra condición hay que reconocer que solamente él tiene la potestad de mantenerte en pie en el Espíritu, él sólo desea que confíes en él. No lo tientes, no digas que tú puedes solo, reconoce mejor que sin él no se puede hacer nada. Él es la vida y reconoce lo que dijo:
25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado. Amén.
7 ¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. 8 Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. 9 Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí. 10 Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte; 11 porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató. 12 De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno. 13 ¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso. 14 Porque sabemos que la ley es espiritual; más yo soy carnal, vendido al pecado. 15 Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. 16 Y si lo que no quiero, esto hago, apruebo que la ley es buena. 17 De manera que ya no soy yo quien hace aquello, sino el pecado que mora en mí. 18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. 19 Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. 20 Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. 21 Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. 22 Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, más con la carne a la ley del pecado. Amén.
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