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Editorial 230

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 14 sept 2018
  • 2 Min. de lectura

El Padre, como Dios, ha tenido infinidad de paciencia para con toda la humanidad en general. Ha permitido, como Ser Supremo, que el hombre goce de muchas libertades de pensamiento y acción en todos los aspectos de su vida. Pero claro, no todo tiene una permisibilidad ilimitada. Hay puntos que es mejor no transgredir o abusar, so pena de un juicio divino.


Una de las permisiones que ha tenido es la de dictar las modas, los estilos y las costumbres. Todos sabemos que cada región en el mundo, nación en los diferentes continentes persiguen “personalidades” o espíritus similares. Por decir un ejemplo, los orientales en Asia persiguen la filosofía, el misticismo. En África persiguen los sacrificios y el colorido de sus atuendos. En Europa persiguen la perfección en todo, mientras en América la diversión y el ser independientes, creadores de estilos.


Cada una en particular no fuera mala de no ser que ninguna adora a Dios, o tiene a Dios como propósito final. Tienen, en cambio, la perfección humana, la idolatría, el “sólo se vive una vez y hay que disfrutar”, la trascendencia sobre todas las cosas, etc., como fines. Por eso como hijos de Dios, esparcidos en todo el globo terráqueo, tenemos que ser sobrios en las cosas del mundo que adaptamos.


Recordemos que el apóstol Pablo menciona varias advertencias de no ceder ante tales sutilezas en forma de pasiones juveniles, tentaciones, vanidades, corrientes, etc. Si bien, todo nos es permitido, es para no vivir esclavizados en limitaciones forzadas, sino más bien, sujetos y controlados en renunciación voluntaria. No son la misma cosa. En la primera, no se le pregunta si está de acuerdo o no: se le impone. En la segunda, usted, en acuerdo del Espíritu con el Padre, determina y decide qué deja de practicar, seguir, hacer, pensar, etc.


Todo cambio en las tendencias de la moda, estilo de vida, patrones de conducta, lenguajes, música, debemos siempre ponerlos en la luz de Cristo y juzgar qué tan poco provechoso o maligno puede resultar. Tenemos esa libertad, puede que nos guste un estilo musical, un color, un estilo de vestir, una manera de hablar, una forma de manejar, pero todo lo que hagamos, dicho o hecho debemos hacerlo en el nombre de Cristo. Así, si hacemos algo que no es buen testimonio, seremos redargüidos y podremos entonces meditar y realizar los cambios pertinentes.


Es así como debemos vivir la vida, no como en el mundo: en plena novedad, probando todo como si fuese el último día, en total desenfreno, afán y envidia de ser los primeros; todo lo contrario, con decencia, pulcritud, sobriedad, paz y en fe que tenemos la protección desde lo Alto en nuestras elecciones cotidianas. Así que amados lectores, menos interés en cómo lucir “perfectos, cool, a la moda, chic, nice, in, etc.” Y más ocupados en demostrar que el Espíritu es nuestro mejor atuendo, amén.

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