Editorial 232
- Cuerpo Editorial
- 15 sept 2018
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El Señor Jesús, estimados lectores y creyentes en su nombre, les prodigue infinidad de amor y entendimiento espiritual para que seamos todos edificados en amor, paciencia, humildad, fe, esperanza y sencillez para su honra y gloria y para mejor fortuna nuestra, no tanto aquí, sino allá en la eternidad, saludos.
El hombre natural, en su derrotero de condenación, busca siempre “lo mejor” en todo para la preservación de la especie. Sin embargo, sus metas y propósitos no son para todos, sino para él mismo y en el mejor de los casos, los pocos que puedan contar con su gracia.
La hipocresía es un espíritu que quien escribe da testimonio que crece enormidades entre la gente. Las personas ya no son sinceras. Ocultan sus frías emociones con saludos huecos, miradas engañosas, frases y palabras vacías y gestos o abrazos inertes, como si un témpano de hielo te abrazase. No es el aspecto humano a lo que me refiero, sino al entorno espiritual.
Su alma no refleja sentimientos de afecto, misericordia, paciencia, sencillez, frugalidad, etc., más bien los opuestos. Esperan lo mejor y no dan nada a cambio y si han de hacerlo es bajo una fuerte protesta porque “pierden” al ceder ante el prójimo que ya no es prójimo, sino un mal necesario o incluso un enemigo potencial.
Coincidentemente son lo opuesto al Señor Jesús. Cristo, en su andar, enseñó lo opuesto hermanos lectores. Y nosotros como sus seguidores, debemos seguir dejando huella en nuestro testimonio que debemos practicar estas cosas descritas anteriormente. Tenemos que ser sobrios en nuestro andar, pues que la hipocresía es una gripa extremadamente contagiosa.
La hipocresía es un virus errante que busca un huésped a quien infectar. Debemos por el contrario vacunarnos con la franqueza y la honestidad, toda vez que ellas sean una con la diplomacia y la templanza necesarias para que los oídos se destapen y suavizar corazones. El Espíritu Santo debe fluir para lograr ese propósito.
El Señor Jesús no tiene dos caras. Nosotros tampoco deberíamos.
Que la paz y gracia del Señor Jesucristo llenen su corazón, amados creyentes, amén.
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