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“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos… Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Se

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 7 ene 2019
  • 4 Min. de lectura

Paz y gracia del Señor Jesucristo sean multiplicadas en ustedes amados hermanos y lectores en la fe que es en Cristo Jesús. Que su alma sea guardada en él, por él y para él, conforme al propósito que él haya dispuesto previamente: salud y gozo sincero, amén.


El segundo y último apartado de este capítulo constituye uno de los pocos acotamientos existentes en la vida de los hijos de Dios. Ya en anteriores temas hemos visto no ser idólatras, renunciarnos a que el viejo hombre tenga preeminencia, no judaizar, entre otros más.


Y hemos hablado de la libertad, respecto a que estamos autorizados de hacer muchas cosas; más en este tópico en particular más que un “no lo hagas porque lo digo yo”, es un “no lo hagas porque es malo para ti”.


En una analogía precisa, el unirse con los incrédulos en yugo desigual equivale a ingerir talio por manos de un asesino escondido, cercano a nosotros. Es la intoxicación por un elemento químico metálico, cien por ciento ajeno a la bioquímica del ser humano. Al ser un ente extraño, el cuerpo “desconoce” su efecto pernicioso absorbiéndolo en lugar del benéfico potasio y lo incluye en los diferentes procesos metabólicos, tras lo cual químicamente revela su influencia destructora evitando el procesamiento de las proteínas vitales para el intercambio celular de energéticos, oxígeno e impulsos nerviosos.


Una característica del talio es que con muy poca cantidad puede segarse una vida humana: es inodoro, incoloro e insípido, pudiendo ser asimilado vía respiración a través de vapores, ingestión alimentaria o por la piel. De acción a mediano plazo, pero muy segura, trae consecuencias particulares terribles como dolores gastrointestinales, problemas cardíacos, hepáticos y renales, así como alopecia. Bastante sutil con su sintomatología lo irónico del talio es que, a pesar de ser detectable en muestras de sangre y orina, la lenta acción de su toxicidad no crea sospechas hasta que los síntomas y su absorción ya están en extremo extendidos y por tanto la vida del paciente pende de un hilo, o bien ya en su proceso de desenlace fatal.


Eso es un incrédulo al interior de la comunión de un creyente para con el Padre y Cristo. Dios es representado por el potasio, el creyente por la víctima, el incrédulo es el talio y el asesino es el diablo. El que tiene oídos, oiga lo que el Espíritu habla a los hijos de Dios por la fe en Jesucristo. El que lea, medite, atesore y enseñe lo que el Espíritu da de gracia.


Otro error de interpretación es que muchos creyentes piensan que el apóstol Pablo se refiere solo al matrimonio, más la realidad es que cualquier tipo de relación que implique uniones, alianzas, amistades, intimidades, etcétera, encuadra en esta situación.


Lo mejor en estos casos se resume en el consejo por parte de Dios, parafraseado por Pablo:


Y no toquéis lo inmundo;

Y yo os recibiré,

Y seré para vosotros por Padre,

Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.


La sintomatología corporal tiene su símil espiritual: este envenenamiento es muy doloroso, lento, desgastante, que atenta contra la autoestima (por la caída sin explicación y repentina del cabello) y destructivo. En lo espiritual, el poder, el gozo y la paz son sustituidos por los afanes, las congojas, frustraciones y molestias al no hablar el mismo idioma: pues el incrédulo, fiel a su naturaleza, no conoce nada de Cristo y lo tiene en poco.


La cura existe, sin embargo, depende de la dosis consumida, el tiempo de la exposición a la misma, la resistencia del cuerpo envenenado a la intoxicación y la prontitud con que se administra la cura. Jesucristo es la cura para esta intoxicación espiritual.


Los que padecieron un trato desigual tienen marcadas consecuencias por el resto de su vida en esta tierra, así como los que sobreviven a la intoxicación después de ser tratados. Así de sutil, pero peligrosa es tener excesiva comunión con los incrédulos. El Padre no desea semejante mal para nosotros, por eso el título del presente tema, amados hermanos, simplemente salir de con ellos. Su fácil ingestión o asimilación significa que es muy posible caigamos víctimas de sus encantos si no estamos fortalecidos en Jesucristo.


Oigamos pues, ¡no desatendamos esta advertencia a caer en un peligro espiritual real, amados hermanos! No perderemos la salvación, pero vivir en dolor y angustia innecesarios no es la mejor manera de dar testimonio.


Dejamos el fundamento escritural, los versículos del 14 al 18 que complementan este tema, que la paz y gracia del Señor Jesús estén con ustedes, amados hermanos. Amén.


2 Corintios 6:14-18

14 No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?

15 ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?

16 ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, Y seré su Dios, Y ellos serán mi pueblo. m

17 Por lo cual, Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré,

18 Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.



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