De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificado
- Cuerpo Editorial
- 22 abr 2019
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Los hermanos que formamos parte del blog, miembros de la manada pequeña asentada en el noreste de México, enviamos un enorme saludo fraternal, acompañado del amor de Jesucristo que entre hermanos debemos profesar, esperamos que nuestro Señor los tenga en amor, fe, paciencia y esperanza para su pronta venida, amén. Salud.
En la segunda parte del capítulo 3 -es decir, de los versículos 19 al 29- un apóstol Pablo inspirado por el Espíritu Santo ejecuta su ferviente derecho de contender por la fe al ahora darnos cátedra de si es la fe lo que salva, si es la palabra de Cristo nuestra nueva ley, si ahora Cristo constituye el todo en todos, y si el mismísimo Dios declaró: “A él oíd”, entonces:
¿Pará que fue hecha la ley? ¿Por qué fue quitada como instrumento de guía?
Simple, porque como hemos dicho constantemente y como ahora el mismo Pablo lo dice -no nosotros-: “Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa”, es decir a Abraham. Dado que el hombre siempre tiende a querer hacer su voluntad en total rebeldía a Dios, Él impuso la ley para someter esta indisciplina dentro de un marco de referencia hasta que llegase Cristo, la promesa hecha carne.
La ley no salva, sino define la rebeldía y el pecado y por ende la condenación, pues son preceptos específicos que obedeciéndose no se sale uno del camino. Mas lo que salva (aun en los tiempos de la ley) fue la fe con la que los antiguos judíos la obedecían, su fe, como a los antiguos, era lo que se les contaba por justicia y no el simple hecho de obedecer la ley.
Un hijo es obediente cuando hace las cosas que sus padres le mandan con amor, gusto y fe en que ellos buscan lo mejor para él.
En cambio, un hijo que solo hace las cosas que le dicen sus padres porque lo amenazan, lo regañan, lo asustan o lo disciplinan ¿podremos decir que es obediente?
Así el antiguo Israel, ya desde el principio la ley chocó contra la voluntad del hombre, pues nunca quiere someterse a la Voluntad de Dios, pocos lograban cumplirla, porque no se enseñaba la fe y ésta antes no podía transmitirse como ahora por el Espíritu Santo. Se enseñó, en cambio, a obedecerla y seguirla por tradición, costumbre y obligación y no por amor, fe y esperanza, lo que Dios siempre ha anhelado ver fulgurante en el hombre.
Abraham practicó estas tres cosas y por eso él tuvo esa promesa de Dios de tener más descendientes a partir de Isaac: fe, saliendo de Ur, llevando a Isaac a su casi sacrificio; amor, cuando rogó por Sodoma y Gomorra sabiendo estaba Lot ahí; esperanza, cuando creyó que Dios le daría simiente después de nacer Isaac. ¡Oh sí, muy bonito todo! ¿Pero creerlo y vivirlo? Por eso para Dios valen tanto estas cosas y eso es su mayor tesoro en esta tierra y quiere que eso negociemos en el mundo.
Pero regresando al tema de la ley, ¿lo nuevo ahora es ya cumplirla? ¡NO! Porque su tiempo ya pasó, porque solo fue hecha para definir al pecado y porque de nuevo no es la letra, sino la fe que se tiene. Un buen ciudadano no es aquél que pregona que cumple las leyes de su nación, sino aquél que en silencio la practica. Es decir, todo aquel que en humildad cumple los mandamientos de Jesucristo, en automático cumple el propósito de la ley (no pecar) y Cristo hace el resto (justificar y salvar).
Y como declara el título, la fe en Jesucristo es lo que ahora nos justifica, es el abogado que nos quita el estigma de “culpable de muerte” al de “salvado y justificado por mí” ante Dios Padre. La ley fue como un tutor inicial, un modo primario y básico de cómo agradar a Dios, mas Jesucristo, nuestro amado Señor es ahora nuestro MAESTRO, es quien nos da cátedra de Dios, de lo que es y lo que viene.
¡Y la palabra salvo no distingue sexo, condición física, estatus social, edad, nacionalidad! Cristo no discrimina de ninguna manera. La ley sí condicionaba muchas cosas mas Cristo amplió el panorama “a todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna”.
Y a manera de conclusión, cerramos filas en este asunto en torno a lo establecido por el apóstol Pablo con la siguiente declaración:
¿Quieres verdaderamente seguir la ley? Obedece gozoso los mandamientos de Jesucristo.
¿Quieres ser de los hijos de Abraham? Sé creyente en activo de Jesucristo.
¿Quieres agradar a Dios? Oye solamente a Jesucristo.
¿Quieres ser salvo? Cree en que Jesucristo es el Hijo de Dios.
¿Quieres tener parte y suerte con la promesa hecha a Abraham y coheredero con Jesucristo en la eternidad? No vivas más tú, sino renúnciate y vive para Cristo.
¿No quieres esto? Sigue tu camino.
Así como en todo polígono cerrado, regular e irregular, desde el triángulo hasta el círculo tienen un trazo inicial y uno final que cierra al mismo, así es Jesucristo en la vida de quienes amamos: NUESTRO PRINCIPIO Y FIN de todo. Sin él, no somos un polígono sino un conjunto de trazos amorfos e incompleto. Amén.
Que la paz, gracia y sabiduría del Señor Jesucristo, no falten, a fin que veamos con claridad este tema y podamos saltar gozosos este escollo y salir caminando presurosos hacia nuestra perfección en Cristo Jesús, Señor nuestro, amén.
Gálatas 3:19-29
19 Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones, hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa; y fue ordenada por medio de ángeles en mano de un mediador. 20 Y el mediador no lo es de uno solo; pero Dios es uno. 21 ¿Luego la ley es contraria a las promesas de Dios? En ninguna manera; porque si la ley dada pudiera vivificar, la justicia fuera verdaderamente por la ley. 22 Más la Escritura lo encerró todo bajo pecado, para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes. 23 Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. 24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. 25 Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, 26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; 27 porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. 28 Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. 29 Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.
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