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Considerad al Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 7 ago 2020
  • 5 Min. de lectura

Amados hermanos, creyentes y lectores. La paz, gracia y el amor que sobrepasa a todo entendimiento, es de Cristo Jesús, nuestro Señor, esté en su Espíritu. Damos inicio al capítulo tres del libro de hebreos, que sigue construyendo el perfil espiritual de Jesús para quienes el origen fue la nación israelita. Y decimos Jesús, no por ser irrespetuosos, sino que es el conocimiento primario que ellos tienen de él debido a su cultura, religión y personalidad muy diferente a la nuestra.


Los creyentes que conceden su oído para oír, su corazón para creer y sus labios para confesar con todo su ser que Jesucristo es el Hijo de Dios y que Él le levantó de sus muertos es mucho esfuerzo porque fueron enseñados a verse como esclavos, empleados o siervos. Estuvieron acostumbrados a ver y tener un Dios Altísimo, un Jehová, Señor Todopoderoso, grande en misericordia y tardo para la ira, pero también Justiciero implacable para los indignos.


Gracias a Cristo, vino a declarárseles como hermano mayor de ellos. Quiso pues, el Señor, concederles libertad del yugo impuesto a causa de la incredulidad por Moisés; impuestos y sujeción a causa de Saúl; temor y temblor debido a las profecías duras. Y envió a Jesús para convertir esta etapa, porque al mismo Señor no le gustó llegar a estos extremos, debido a su extrema incredulidad, rebeldía y pereza en escuchar y cambiar.


Jesucristo vino como Moisés, a romper el yugo ante el nuevo Egipto: la religión judaica; cruzando de nuevo el Mar Rojo tras creer en él como el Mesías y Enviado de Dios. Cumplir las profecías y restablecer las cosas. Pero no le creyeron.


Aunque a los que creyeron, les explica el Espíritu Santo que Moisés fue el mayordomo de la casa que Dios construyó poniéndole como nombre Israel. Empero Moisés no es dueño, sino administrador de los tesoros de Dios, cuidando de Su propiedad hasta la llegada del Hijo, Cristo Jesús, el heredero del dueño de la casa al ser su Hijo.


Y si el mismo dueño, Dios, ha dado honra al mayordomo quien fue puesto por Él por actuar conforme a Su Voluntad, ¿no dará más honra al Hijo, quien fue enseñado por Él mismo? ¿No hará las cosas perfectas para su Padre y Dios? ¡Claro que sí! Por eso el versículo 4 y 5 sostienen este argumento.


Y el Heredero de Dios, Jesucristo, magnificará todo lo que Dios creó para contentamiento del Creador. Y he aquí un misterio: el siervo es ahora hermano del Heredero, con la complacencia del dueño de la casa. Y Moisés ciertamente recibió su recompensa por ser administrador de Cristo en su tiempo, pero ahora los siervos son elevados a la categoría de hermanos de Cristo, por tanto ¡hijos del Altísimo Dios de Israel! Claro está que Dios destruyó su casa (la religión, templo, antiguo pacto) para que el Hijo haga conforme lo que sea necesario para restaurar y convertir a su pueblo en su familia, siempre y cuando ellos mantengan la confianza y su esperanza en las palabras y testimonio de Cristo hacia ellos, según los versículos seis y más adelante, el 14.


Hace referencia de la experiencia en el desierto (40 años, símil de los cuarenta días que él también estuvo en el desierto) que es la purificación de lo mundano, despejarse de lo que es malo y contrario a Dios.


El mismo Espíritu Santo trae a colación este pasaje y profecía escrita dicha por Jehová porque es prueba inequívoca del juicio que se viene a los infieles, quienes no permanecen, según lo redactado en los versículos 7 al 11. Y si no perdonó a quienes juraron lealtad ante Él mismo y luego se arrepintieron, deseando regresar, menos perdonará a quienes hagan lo mismo contra su Hijo y Heredero. La incredulidad entre el pueblo judío respecto a CRISTO es tanta como la idolatría y paganismo de los gentiles hacia otros dioses y no a Dios. Es decir, creen en Jehová, leen su antiguo pacto, pero niegan la eficacia y el cambio de planes en favor del Hijo, por un pecado horrendo y celo envidioso para apartarse del Dios Vivo, confrontándolo. Esto lo declaran los versículos 12 y 13.


En cuanto al juicio de volver a consumir a quienes no creen y desdeñan al Hijo, al Señor de Señores, Rey de Reyes y Heredero de la Casa de Dios, quien es Cristo; o peor aún: quienes creyendo pretendan volverse atrás, este sigue vigente.


¡Ay de quienes niegan desde un principio la Heredad de Cristo sobre Israel y se rebelan para pretender dársela a Moisés!


Más ¡Ay de quienes dicen que creen, pero luego se retractan del poder y Reino de Cristo sobre la casa de Israel para intentar mancillar su corona! Estos serán consumidos y no verán la verdadera tierra nueva.


Sí, amados hermanos, el juicio para ellos es terrible. Pueden preguntar asombrados ¿¡Pero por qué si son el pueblo de Dios!? Porque si no validaron el primer pacto, dejándose seducir ante el mundo antiguo del diablo, desechando el segundo pacto, el de Cristo, no habrá misericordia alguna. Y más que profetizado está, no sólo por los profetas, sino por Jesús mismo estando aquí.


Por esto mismo, menor carga y mejor misericordia tenemos los gentiles, al ser ajenos al primer pacto y solo necesitando validar la garantía del segundo. Aunque, quienes de los gentiles se atrevan a pretender agenciarse el primer pacto, malditos se hacen porque no son de linaje sanguíneo y son impostores.


Palabra dura es, pero necesario entenderla y meditarla también lo es.


Dejamos evidencia de lo anterior fundamentándola en Hechos capítulo 3 en su totalidad.


La paz, amor y sabiduría del Señor Jesús sea en ustedes amados hermanos, amén.


3 Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús; 2 el cual es fiel al que le constituyó, como también lo fue Moisés en toda la casa de Dios. 3 Porque de tanto mayor gloria que Moisés es estimado digno éste, cuanto tiene mayor honra que la casa el que la hizo. 4 Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios. 5 Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir; 6 pero Cristo como hijo sobre su casa, la cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza.

7 Por lo cual, como dice el Espíritu Santo:

Si oyereis hoy su voz,

8 No endurezcáis vuestros corazones,

Como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto,

9 Donde me tentaron vuestros padres; me probaron,

Y vieron mis obras cuarenta años.

10 A causa de lo cual me disgusté contra esa generación,

Y dije: Siempre andan vagando en su corazón,

Y no han conocido mis caminos.

11 Por tanto, juré en mi ira:

No entrarán en mi reposo. m

12 Mirad, hermanos, que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de incredulidad para apartarse del Dios vivo; 13 antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado. 14 Porque somos hechos participantes de Cristo, con tal que retengamos firme hasta el fin nuestra confianza del principio,

15 entre tanto que se dice:

Si oyereis hoy su voz,

No endurezcáis vuestros corazones, como en la provocación. m

16 ¿Quiénes fueron los que, habiendo oído, le provocaron? ¿No fueron todos los que salieron de Egipto por mano de Moisés? 17 ¿Y con quiénes estuvo él disgustado cuarenta años? ¿No fue con los que pecaron, cuyos cuerpos cayeron en el desierto? 18 ¿Y a quiénes juró que no entrarían en su reposo, sino a aquellos que desobedecieron? 19 Y vemos que no pudieron entrar a causa de incredulidad.


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