Cualquiera que se enoje contra su hermano será culpable de juicio.
- Cuerpo Editorial
- 3 dic 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 11 dic 2022
Que el amor, gracia y paz de nuestro Señor Jesucristo sea en su espíritu, amados lectores desde dondequiera que se encuentren, amén.
En el anterior número hablamos de que Jesucristo habría de cumplir la Ley para establecer una nueva ordenanza y manera de agradar a Dios para la práctica de la justicia. Como previo cumplidor de la Ley, fue facultado por Dios para escribir nuestras ordenanzas nuevas que sobrepasan la dirección, sentido y alcance de la ley mosaica.
En su primera intervención como Maestro de maestros, da su primera lección e imparte su cátedra de lo Alto: ya no es necesario matar la carne para ser reo de juicio, sino matar al amor para dar lugar al odio, precursor de la muerte de cualquier carne.
El odio mata al alma, el enojo contamina a la misma, pues corta el flujo del amor y permite que el diablo o el pecado que manifiesta la carne se expresen en la mente de la víctima, pues si no la controla expresará dichos y sentencias o realizará actos cuya forja fue el corazón y la mente.
Esto lo dice a los judíos, porque ellos, en aras de cumplir la letra solamente se enfocaban en la parafernalia y no en la meditación. Se ocultaban las intenciones y buscaban las justificaciones ante Dios, materializándolas en la ofrenda en el rito. Primero el sentir es lo que condena el Señor, luego las palabras que salen como cuchillos que pueden matar al alma del otro al contaminarla de tales dichos ociosos y malévolos. Necio, porque es un estado de locura espiritual que acusa el que odia; fatuo, porque es la sentencia con la que el odio condena a muerte al amor al prójimo.
El Señor Jesús va más allá al comparar este crimen espiritual (odiar profusamente) con la discusión con un adversario, el cual puede ser usado por el diablo. Si el odio es mutuo, entonces el adversario puede acusar al que odia si no hay acuerdo y el primero quedará a disposición de la autoridad para que responda por sus actos.
Por eso el Señor Jesús enseña que no hay que enojarse, porque es peligroso y prohíbe odiar, porque Dios no es odio, sino amor. Si la muerte física no tiene reversión, el odio es muy difícil de extirpar cuando se extiende demasiado.
Amados, seamos cuidadosos al controlar cualquier enojo. Esto fue dicho a los judíos porque ellos a la postre odiarían tanto a Jesús que lo matarían a base de pretextos y acusaciones falsas, condenándose toda una generación por ello y maldiciendo a sus posteriores, por si lo anterior fuera poco. El judío, al ser ajeno a la gracia de Cristo, se expone a este mandamiento y nosotros, como gentiles tenemos la gracia de ser salvos y no caer en esta desdicha. El acuerdo, perdón y reconciliación por el Espíritu es lo que detiene y evita que el odio haga su ominosa obra.
Ponemos el contenido de Mateo 5:21-26 para su meditación posterior a la lectura.
Que el amor, gracia y sabiduría de nuestro Señor Jesús esté en ustedes amados, amén.
21 Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. 22 Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio; y cualquiera que diga: Necio, a su hermano, será culpable ante el concilio; y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego. 23 Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, 24 deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda. 25 Ponte de acuerdo con tu adversario pronto, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al alguacil, y seas echado en la cárcel. 26 De cierto te digo que no saldrás de allí, hasta que pagues el último cuadrante.
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