Editorial 569 - La unidad debe imperar
- Cuerpo Editorial
- 29 mar
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Actualizado: 30 mar
Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.
En estos tiempos de revoltura de todo tipo donde políticas, ideologías, agendas, planes, proyectos e imposiciones están a la orden del día para dividir y no unir es lo que aprovechan tanto el mundo como el enemigo de Dios con el fin de tener a la iglesia adormilada o distraída. En estos tiempos donde la libertad es libertinaje, donde la libre elección es una contradicción y las tecnologías tienen al sentido común en su mínima expresión, la sociedad se cree más de conocimiento que de amor, fe y esperanza.
Muchas congregaciones están divididas entre ellas y el Señor; es decir, la palabra de Jesucristo está siendo desplazada por retóricas del nuevo siglo, donde se presumen “incluyentes”, “progresistas”, “libertarias”, “liberales” y otras “conservadoras”, “centrales”, etcétera, cuando el propio Señor Jesús se mantuvo fuera de lo político mientras estuvo aquí. Tan es así que no olvidemos que su frase “Pues dad a César lo que es de César y a Dios lo que es de Dios” precisamente separa ambos campos de acción.
Las iglesias están siendo llamadas a ser parte social del mundo, referentes morales de las buenas costumbres, votos en tiempos de elecciones y centros de campaña para la adopción de conductas correctamente políticas y mediáticas. Este mismo afán de querer destacar en el foco de atención del mundo las tiene siendo competitivas, rivales y pregoneras de asuntos no concernientes al evangelio restaurador que fueron encomendadas a cuidar y anunciar.
Y no se digan las redes sociales, porque tienen ya hasta “ministerios” de promoción y publicidad para atraer más adeptos. Atrás ya quedó el recobro, las tumbaditas, la confirmación de ministerios de alabanza y adoración, ahora lo bueno es tener parte y suerte con agentes sociales políticos, religiosos y mediáticos, y obviamente, con recursos financieros.
Pero la unidad debe imperar, no con el mundo sino con nuestro Señor Jesucristo. Hay que tener celo extremo por cuidar los intereses de la Deidad: que el amor y la fe se promuevan con hechos además de palabras al interior de las mismas; que la santidad y la renunciación eviten se relacionen con asuntos mundanos, que la honestidad del trabajo remunerado de sus ovejas no cause tentación a la envidia, avaricia y codicia. Que el nombre del Señor Jesús, nuestro poderoso Salvador y Maestro sea la prioridad. La unidad por la que clamamos es que sea en torno a Cristo y no a quedar bien con la sociedad. Que seamos uno en la oración, ruego y súplica por las necesidades de la nación, región, ciudad, barrio y persona del amor de Dios.
No puede ninguna congregación privar o privarse de servir y obedecer al nuevo pacto: muy por el contrario, quien soporta el frío del vendaval en el globo terráqueo, el amor de todo aquel que sirva a Cristo genuinamente, hará que el calor del Espíritu crezca y se multiplique su buen testimonio a las generaciones venideras. Incluidos estamos todos. Seamos fieles a nuestro Señor Jesús.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.
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