Editorial 579 - La paz de Dios la da Cristo
- Cuerpo Editorial

- 7 jun
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Que la gracia, paz y amor del Señor Jesucristo sea en todos ustedes, amados hermanos, en su espíritu, amén.
Amados lectores y hermanos en Cristo Jesús, muchos hablan y describen el estado de paz. El mundo convulsiona cual temblor escala 10 en Richter porque cuando no hay guerras, hay crimen, hambruna, sequía, invierno, epidemias, pobreza y calamidades diversas.
La paz es efímera e incluso engañosa. Muchas personas están tan acostumbradas al caos que cuando tienen un periodo de calma hasta raras se sienten. Pero es que el enemigo opera para que las personas no la experimenten y la sientan extraña. El mundo, a través de la vanidad y la falsedad de vivir perfectamente crea pantanos emocionales donde el drama y el suspenso asaltan la conciencia y el alma de sociedades enteras.
Y es que la paz es la única dimensión donde lo espiritual y lo físico convergen. En lo emocional se abren puertas y ventanas y en lo almático se respira aire fresco. Se disfruta que la energía potencial se maximice y el trabajo cesa. La fuerza no fluye más y el calor del movimiento cesa. Ya sea que se ejerza por obligación (agotamiento extremo o enfermedad poderosa) o por decisión (renuncia, abandono, depresión) esa “nada”, ese hastío por todo y el añoro de “estoy harto(a)”, “ya no puedo”, “ya basta” obedecen al deseo de tener paz.
Y llega, pero se recibe con miedo, con terror, con alucinación. Muchos creen que no la necesitan, otros que no la merecen porque todavía “no es tiempo” y otros que no la conocen la reprimen o la echan fuera.
Lo cierto es que la paz existe y todos la necesitamos, tarde o temprano, mucho o poco y es un sentimiento irrenunciable. Es un estado físico imprescindible y es una actitud que todos toman, cada quien a su momento.
Tan existe que Dios la da al afligido, al necesitado, al herido, al encarcelado, al enfermo, al perseguido, al desposeído en sus momentos cumbre de dolor, opresión, desesperanza y soledad en Su multiforme gracia y sabiduría. Tiene Él cuidado de sus criaturas, aún sin invocarle por misericordia y amor les procura. ¿Qué no hará por Sus hijos?
En este caso, la paz la da Cristo, el Hijo del Dios Viviente. Por él y en su potestad su paz es constante, eterna, total, completa y perfecta. Trasciende los estados material, biológico, psicológico y mental y abarca lo espiritual, lo eterno e inmaterial.
Es decir, que lo que sientes hoy, lo superas; lo que sentiste ayer lo perdonas, aprendes y olvidas y lo porvenir ya no te preocupa. ¿Por qué? Porque Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Por tanto, el tiempo, la materia y el espacio no son obstáculos para el poder de amor, conocimiento y fidelidad que posee Jesucristo, nuestro Rey de Reyes y Señor de Señores.
Su mensaje es como agua viva, la comparación perfecta. Así como las propiedades físico-químicas del agua le permiten estar presente en cualquier estado de la materia, combinarse y adentrarse en infinidad de estructuras biológicas y solvente de compuestos inorgánicos, así la palabra de Cristo que da la paz se adentra y se difunde en cada célula y átomo del cuerpo del oyente creyente.
Y esta potestad la dio Dios a nuestro Maestro cuando subió al cielo.
Así que, para obtener la paz de Dios que permanece, busca y encuentra, atesora y guarda la paz de Cristo en tu espíritu, en tu ser, en tu alma, en tu cuerpo. Teniéndola, ya no la dejes ir.
Que el amor, la gracia y paz del Señor Jesucristo sea en su espíritu, queridos lectores, amén.




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