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Editorial 600 - Tradiciones de muertos

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 1 nov
  • 3 Min. de lectura

Que la paz y la gracia de Nuestro Señor Jesucristo sea con todos ustedes amados hermanos, en su espíritu, amén.

En el mundo actual, amados hermanos, existen diversos festejos, conmemoraciones y celebraciones por cuestiones demoníacas que atentan contra la Verdad y el Verdadero. Todos los países tienen tradiciones que sirven a los intereses de abajo no a los de arriba. Multitudes y generaciones enteras obnubilan su criterio y se rinden ante manifestaciones de rebeldía, ignorancia, maldad con tal de desoír o voltear la mirada a la gracia, a misericordia y la vida eterna del evangelio esperanzador de Cristo.

Las tradiciones no tendrían por qué permear si no es porque el ser humano natural es materia corruptible y se esconde del fulgor del Padre Celestial y la llama ardiente que es la palabra viva del Cordero. Estas cosas como muchas otras más son la razón por la que toda esta dimensión tiempo-espacio será finiquitada con el fuego del juicio para dar lugar a una eternidad sin corrupción y pecado.

En Estados Unidos se celebra a seres ficcionales que coexisten en el imaginario de cuentos, leyendas y narrativas transmitidos de boca en boca y ahora tienen un aura de adorabilidad y familias enteras lo toman como algo insignificante e inocuo. Incluso, muchos que se dicen “cristianos”. Intercambiar un disfraz por un caramelo es algo que no se medita sobre lo que se enseña a los infantes y que los adultos tampoco entienden.

El Espíritu Santo es una sola faceta. Dios, Jesucristo y la Verdad solo tienen una esencia. Disfrazarse es solamente un engaño, un fingimiento y se enseñan a tener doble cara para engañar. Muy sutil el pecado, casi imperceptible, pero tan desolador como el mismo adulterio o el matar. Enseñar a encubrir, a maquillar, a pretender, a disfrazar es decirles a los niños que es bueno ocultar la verdad. Recibir un premio por un disfraz es recompensar la mentira.

Pero en México, lamentablemente se tiene la idolatría en eso de adorar muertos. Tratar de hacerlos venir al mundo de los vivos es un acto abominable. Como si poner ofrendas les diese vida. El enemigo trabaja afanosamente para crear anatemas y así lograr que muchos se pierdan. Ese pan de muerto contrasta con nuestro pan de vida: Jesucristo.

Si se fijan, amados hermanos, nunca el Señor Jesucristo es adorado por labios de inicuos y en ambos festejos todos voltean en lado opuesto a la luz. Incluso, su maldad se expresa al realizar su pecado en la noche. Quisiera nuestro Padre que los hermanos no cayeran, pero algunos no distinguen lo bueno de lo malo. A veces, por causa de la debilidad de unos, hay que ceder, pero no exime la responsabilidad para orar y que los ojos de muchos sean abiertos y busquen la luz en lugar de las tinieblas.

Mientras tanto, procuremos no ser voceadores ni propagadores de esto, en lo que nos sea posible. Enseñemos a nuestros hijos a no ser presas de esto y cuando sean adultos procurar no caer en sus comidas, en sus fiestas y en su propagación.

Procuremos ser santos como Él es Santo. Y si hay que memorar una muerte, que sea la del Cordero en la instauración de la Santa Cena de nuestro Señor Jesucristo.

Que el amor y la gracia de nuestro Señor Jesucristo sea en su espíritu amados hermanos, amén.


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