El amor del Padre
- Cuerpo Editorial
- 9 may 2021
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Preciosos lectores, seguidores de nuestro Señor Jesucristo: paz, amor, gracia y sabiduría de lo Alto les sean dadas en abundancia y rebosen en su espíritu, amén.
Hemos llegado por gracia celestial a un punto medular de nuestra fe: el amor. Pero no el amor de Corintios, el que nosotros deberíamos practicar de continuo; ¡no! Es el amor que es fuente de ese amor: el amor del Padre. El amor que Dios tuvo y dio en el mismo instante en que pensó crearnos para restaurar el equilibrio en la creación después de la caída del lucero perverso.
Con todo y los tropiezos de la Humanidad desde su creación hasta la justa y necesaria llegada del Señor Jesucristo, el amor de Dios se habrá de dispensar a manos llenas. Comencemos con lo que dice el texto en la carta de Juan:
Por amor Suyo, somos hechos hijos de Dios. ¿Hijos de Jehová? ¿Hijos del Yo Soy el que Soy? ¿Hijos de Elohim? ¿Hijos del Creador? ¿Hijos del Hacedor? ¿Hijos del Dios de Abraham, Isaac y Jacob? ¡¡SÍ!! ¡HIJOS SUYOS!! ¿Y todo por creer en Jesucristo? Sí, nada más por eso. Pero no es posible ¿a quién se le ocurrió esto? ¡Pues al mismo Dios! Y qué, ¿decir es una locura? Sí, una locura para los religiosos insatisfechos, pero la muestra de amor más grande que toda la creación verá jamás.
Y esos religiosos, esos malvados engañadores, como parte del mundo y su sistema de engaño milenario, oculta esta verdad para que las almas no crean, confiesen y sean parte de la familia espiritual de Dios. Una envidia de parte del malo, porque nosotros tenemos acceso a la redención y él, por ser el iniciador de la maldad, no. ¿Qué pues hará? Secuestrar cuántas almas pueda con mentiras, religiones, falacias y sofismas que aturden a las mentes débiles.
Escrito está que, al creer, somos hechos hijos espirituales, pero al estar en la carne tenemos que ser purificados por un poco de tiempo; más después seremos como Él, en su esencia divina, al fin hijos debemos presentar la misma eternidad y majestuosidad dignas de Él, por haber oído y creído a nuestro precioso Señor Jesucristo. Sin él, no habláramos de esto.
Y precisamente en esto radica la esperanza: que efectivamente llegará el día, la hora, el instante en que dejaremos esta pecaminosidad de una vez y para siempre y seremos, viviremos y estaremos con nuestro Dios y Padre espiritual. También esto es la purificación: desear con ahínco esto. Eventualmente dejar de pensar por la mundanidad y elegir pensar en la eternidad. Trabajar con el amor y fe en ser perfectos por el amor de Cristo en nosotros y bajo la guía del Espíritu Santo.
Define el apóstol por el Espíritu que el pecado es la infracción de la ley. Por tanto, quien viva fuera del amor de Cristo peca porque infringe la ley que Dios estableció, no importando la circunstancia, excusa o situación, fuera de Jesucristo se infringe la ley por el pecado. Precisamente por eso vino Jesucristo, Señor nuestro: a quitarnos del pecado y su funesta influencia en nosotros, pues él es puro y murió sin pecado alguno, aunque en su muerte cargó con todos los pecados cometidos.
Los que estamos en Jesucristo no es que no pequemos, sino que el pecado ya no es nuestro hábito diario de ser y estar. Todo es un proceso y en la vida espiritual en Jesucristo dejamos de pecar por consigna y pecamos más bien por debilidad y tentación. Por tanto, somos liberados de ese yugo.
Pero quienes no creen en Jesucristo pecan. Pecan por consigna, omisión, rebeldía o maldad, pero pecan. En ellos no hay vida, sino muerte siendo del diablo, pues como está escrito, el diablo peca desde el principio, desde que se halló en él maldad. Algunos ni siquiera son conscientes; otros lo hacen con toda la conciencia posible.
En cuanto a nosotros, parte de nuestra labor es andar con justicia y dejar que el Señor Jesús deshaga las obras del pecado que había en nosotros antes que él llegase a nuestra vida. Insistimos: nosotros pecamos por debilidad de la carne, por tentación al no estar firmes en la fe; no pecamos por mandato de Dios o porque Jesucristo no pueda evitarlo: no.
Ya nacidos en Dios comienza nuestra esencia espiritual y con la renunciación genuina con el testimonio mejorándose es como esta escritura se aplica en nosotros. Amar y seguir la justicia de Dios nos hace hijos, evita que seamos como los muertos espirituales y cualquier error o fallo es perdonado, por eso dice el Espíritu que no pecamos, porque nuestros pecados son perdonados y no se acumulan, pero a quienes están afuera, se acumulan pues no son liberados de ese yugo bestial.
El amor entre los hermanos ahora tiene más sentido: si yo que profeso y digo que tengo a Dios entonces debo amar a Dios en la forma de mi hermano quien también profesa y dice que tiene a Dios y así este hermano recíprocamente conmigo. Este es el mandamiento perfecto. Dándonos de comer el amor que Dios plantó en nosotros es como nos purificamos, crecemos y dejamos de pecar sistemáticamente.
Caín es el ejemplo puesto porque él solo sirvió a sus intereses personales. No puede haber el espíritu de Caín entre los hermanos porque, así como Caín mató a Abel, así los caínes dentro de las congregaciones puede que causen mortandad con sus malas obras de división.
Expulsar ese perverso deseo de aborrecer al hermano en Cristo es otro modo de practicar la justicia (dar amor a todos sin distingo alguno), pues no puede darse nadie quien se diga que es de Cristo el lujo de tener sangre en sus manos por homicidio -aborrecer de por vida a otro hermano-.
Muy por el contrario: dar la vida los unos por los otros… Mas ¿qué es la vida? Refugio, alimento, vestido, recurso económico, misericordia, ayuda en especie, dádivas y donaciones sin compromiso, tiempo, espacio, consejo, etcétera. Esto es dar la vida ¿por qué? Porque renunciamos a hacer lo que nos gusta por hacer la voluntad de Dios, porque es dar tiempo de calidad a cumplir el evangelio de Jesucristo y no solamente con palabras, discursos o arengas.
La Verdad de Dios es Jesucristo, entonces si andamos en verdad andemos en el amor, practicando la justicia de lo Alto. Ya sea que nuestro corazón nos reprenda o no, abogado tenemos para con nuestro Padre y tenemos un Dios que nos restaura, a pesar de nuestros yerros porque sabe las circunstancias que nos hacen caer y Él nos levantará.
Si Dios nos da esa gracia ¿por qué nosotros no hacemos lo mismo? Perdonar, olvidar y seguir adelante. Restaurar y ayudar al hermano como si Dios dependiese de esa gracia, favor o misericordia, en esa fe, en ese amor, en ese deseo sincero de cumplir la voluntad de Dios.
Dos cosas demandan Dios y aun tres a quienes andamos en este camino de salvación:
a) Creer en Jesucristo
b) Amarnos unos a otros
c) Guardar los mandamientos de Jesucristo, los nuevos mandamientos de Dios
Así y solo así, permaneceremos en Él y Él en nosotros, por medio del Espíritu Santo en esa hermosa comunión. Así el amor del Padre siempre nos tendrá en el cuidado Suyo y todo el entorno nuestro verá cómo nuestro Padre nos ama.
Dejamos, pues, la evidencia escrita en 1ª Juan 3, en su totalidad. La paz, el amor y la gracia del Señor Jesucristo esté en todos ustedes amados hermanos, amén.
3 Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. 2 Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 3 Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. 5 Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. 6 Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. 7 Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. 8 El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. 9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. 10 En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios. 11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros. 12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas. 13 Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte. 15 Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él. 16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos. 17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? 18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. 19 Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; 20 pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. 21 Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; 22 y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. 23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. 24 Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
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