El arresto de Jesús, conceptos clave. Parte 2-3.
- Cuerpo Editorial
- 31 may
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Actualizado: 7 jun
Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
El tiempo llegó, la gracia terminó y ahora comienza la prueba.
Porque es necesario cubrir muchos puntos importantes, el pasaje de Mateo 26:47-56 se verá en tres partes distintas para no tener una entrega demasiado larga, dado que conviene al Espíritu que así sea.
Las partes son: Mateo 26:47-50, luego Mateo 26:51-54 y Mateo 26:55-56 para la honra y gloria de nuestro Señor Jesucristo. En este pequeño lapso de tiempo y espacio (cuestión de minutos) hay mucha materia de mediación en el Señor.
Justo después de que le echaron mano para apresarlo, uno de los seguidores de Cristo presentes tomó una espada y lastimó a uno de esos siervos, cercenándole una oreja. El acto reflejo del hombre es tomar venganza, hacer justicia por su propia mano y querer resolver todo en su nombre, pero es un craso error. No podemos “querer ayudar a Dios” con decisiones disruptivas e intempestivas.
Este acto de querer salvar la situación estorbó al plan de salvación y el Señor Jesús tuvo que actuar e inmediato para calmar la efervescencia entre algunos de sus seguidores, quienes en este segundo instante de tiempo transcurridos seguían estupefactos, impactados e incrédulos los discípulos. Jesucristo sanó a ese criado para que vieran que él les perdonaba por este pecado de arrestarlo indebidamente.
Con misericordia pagó la crueldad. Este hecho quedó registrado para la condenación de quienes se prestaron a atentar contra el Hijo de Dios, el Cristo, con el bien se pagó el mal.
Luego amonesta con firmeza la torpeza del seguidor diciendo que la regla de que el que a hierro mata, a hierro muere sigue vigente y que la violencia y la venganza no son el camino de Dios. Así mismo, ellos que fueron con espadas y palos a detener al Justo y Pacífico Príncipe quedaron avergonzados y reconvenidos sin palabras al dejarse llevar por ellos. En tercer lugar, el otro hecho clave es el siguiente, lo que menciona el Señor Jesucristo respecto a sí mismo y su verdadero poder, pero que menguaba por amor y obediencia al Padre: “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que Él no me daría más de doce legiones de ángeles?”, es decir, el Señor Jesús sí podía evitar el destino si lo hubiese querido (hacer su voluntad) y el Padre no se lo hubiese negado.
Sin embargo, continúa: “Pero ¿cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?”. O sea, que la voluntad, el plan de salvación del Padre estuvo por encima del deseo de la carne de Jesús de salvar su vida. Aquí habla de la victoria del Espíritu por sobre el deseo de la carne. La obediencia por sobre la supervivencia terrenal. Y con esto, ante esos ojos y esos oídos dejó en su mente y corazón estas palabras. Varios siglos de espera estaban a punto de terminar. Todos aquellos antiguos, empezando desde Moisés ya tendrían el cumplimiento de sus profecías. El pueblo y la Tierra por fin tendrían en esa muerte por cruz el paso entre la muerte a la vida.
El género humano era testigo de esta gracia salvadora, que Cristo renunció a su propia vida para rescate de todos nosotros. El enemigo quedó consternado, pues si era verdad de que podía salvarse ¿por qué no lo hizo? Sin embargo, continuó con su plan de matar al Hijo del Hombre en un intento de alterar el destino de la Creación.
Lo que hemos analizado por el Espíritu se encuentra en Mateo 26:51-54 y dice:
51 Pero uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja. 52 Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán. 53 ¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? 54 ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?
Que el amor, la gracia, el gozo y la paz del Señor Jesucristo esté en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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