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El arresto de Jesús, conceptos clave. Parte 1-3

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 24 may
  • 3 Min. de lectura

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

El tiempo llegó, la gracia terminó y ahora comienza la prueba.

Porque es necesario cubrir muchos puntos importantes, el pasaje de Mateo 26:47-56 se verá en tres partes distintas para no tener una entrega demasiado larga, dado que conviene al Espíritu que así sea.

Las partes son: Mateo 26:47-50, luego Mateo 26:51-54 y Mateo 26:55-56 para la honra y gloria de nuestro Señor Jesucristo. En este pequeño lapso de tiempo y espacio (cuestión de minutos) hay mucha materia de mediación en el Señor.

En el primer lapso de tiempo, el Señor Jesús aún no terminaba de decir que era momento de descansar en Dios cuando el Iscariote se aparece con gente pagada por el sanedrín, enviados, esclavos y siervos para prenderle y llevarle con ellos.

Vergonzosa escena, porque un hombre de paz es asediado y rodeado como si fuera un hombre violento y de guerra. Pero era el momento del diablo y el Señor ya estaba en paz para ser tomado como prisionero y ser sacrificado.

El Iscariote viene en falso son de paz, viene con la hipócrita consigna de exhibir a su Señor. El lugar es oscuro, tienen antorchas, pero la penumbra es fuerte y en la noche él menciona que a quien bese, es la persona a ser arrestada. Aquí un concepto clave. El Señor y Dios no permitieron que los discípulos fueran tocados ni siquiera un cabello de ellos. Despertaron claro, atónitos e incrédulos de la escena. Después de dormir plácidamente, se despertaron ante el murmullo de esta cofradía de pecadores.

Entonces, es verdad que el Señor nos guarda de todo mal, el único autorizado para ser golpeado era el propio Señor y cumplió su promesa que en él nadie se pierde ni es dañado si no es propósito o voluntad del Padre ni de Cristo.

Judas le besa diciéndole “¡Salve, Maestro!”, lo saluda inconscientemente de su destino fatal y seguro en ese momento de su acción ominosa. Reconoce quién es, pero no le cree, sino que lo traiciona. Nunca entendió Judas para qué vino el Cristo y por treinta monedas entregó su vida y alma al fuego eterno.

Jesús sólo le dedicó una frase lapidaria: “Amigo ¿para qué vienes?” Dándole a entender que él nunca fue su discípulo, decirle “amigo” es la manera espiritual de formalizar la traición, como se escribió siglos antes por los profetas. Le preguntó eso porque sería la última vez que se verían cara a cara y de ahí en adelante jamás volvería a ver su rostro, ni la promesa, ni la salvación. Básicamente le dijo “no hubieras venido” y ahora el Iscariote está guardado en una prisión apartada de los demás. El mismo Dios saldará cuentas con él a su tiempo.

En cuanto a los que estaban presentes serían testigos del poder de dominio propio que el Señor Jesús mostró, en su conciencia quedó ese recuerdo y todos y cada uno de ellos fueron redargüidos hasta la muerte de todos ellos. Ninguno quedó en paz, puesto que fueron parte de esa injusticia. He ahí su pecado, que no reconocieron al Enviado y al Profeta de Jehová y lo tomaron como un ladrón y sublevado, apresándolo con violencia y con maldad.

Amados: el Señor Jesús cuida siempre nuestra alma. A los suyos, murió por ellos y los protege. Nunca serán condenados ni la muerte segunda tendrá poder sobre estas almas, antes bien son enviadas al Paraíso tras exhalar por última vez aire. A los que no son suyos, también murió por ellos y mientras vivan tienen gracia, pero si mueren sin confesarle entonces esa gracia se pierde justo después de su último aliento y van directo al Seol.

Lo del Iscariote y esos pecadores que le fueron a arrestar era parte del plan del enemigo por denostar a Cristo, preparado y concedido por el Padre para que por esa muerte halláramos todos vida y vida en abundancia.

La cita en cuestión se coloca a continuación para lectura, meditación y edificación, Mateo 26:47-50, que dice:

47 Mientras todavía hablaba, vino Judas, uno de los doce, y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los ancianos del pueblo. 48 Y el que le entregaba les había dado señal, diciendo: Al que yo besare, ese es; prendedle. 49 Y en seguida se acercó a Jesús y dijo: ¡Salve, Maestro! Y le besó. 50 Y Jesús le dijo: Amigo, ¿a qué vienes? Entonces se acercaron y echaron mano a Jesús, y le prendieron. 

Que el amor, la gracia, el gozo y la paz del Señor Jesucristo estén en todos ustedes, amados hermanos, amén.

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