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Haciendo el bien, hagáis callar la ignorancia

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 31 ene 2021
  • 7 Min. de lectura

Amados hermanos de Jesucristo, bendiciones de lo Alto sean para ustedes, quienes nos leen y siguen en cualquier parte de la Tierra: paz, salud y amor del Señor Jesús es en ustedes, en su espíritu para consolación suya y gozo nuestro en el amor espiritual fraterno que nos une, amén.

En la segunda carta de Pedro, también se encuentra una serie de acciones hechas por el Espíritu Santo, (buenas obras por la fe) que el Padre espera hagamos diligentemente. Me refiero a la porción última del capítulo dos. Sabemos que el pueblo judío carga con un espíritu de soberbia inaguantable, una actitud petulante ante los que no son como ellos en apariencia, prácticas, genealogía e idiosincrasia. En el ámbito religioso hay algunos que muestran humildad, pero siguen bajo el engaño y velo de negar a Cristo.

La nación terrenal, política y económica es belicista, agresiva y poco diplomática. Tiene ninguna correlación con el antiguo reino bíblico y muchos insensatos incluso la entronizan como el “pueblo de Dios” en las condiciones en las que se gobierna actualmente. Pero al leer el número pasado, el tema 355-1, verán romper su castillo de cristal de un tajo al ver que lo que Dios ve en sus verdaderos escogidos no es lo que el mundo tiene por sublime. Nuestra lucha no es contra sangre ni carne, el reino de Dios es el poder del Espíritu Santo, el reino de Jesucristo no es de este mundo y la animadversión entre el Hijo de Dios y el pensamiento israelí y judío es mutua. Además, ¿cómo poder limitar la inmensidad del Todopoderoso con fronteras humanas y con una nación que no es suya? ¿No disolvió Dios mismo a ese pueblo en el año 70DC haciéndoles pagar con justo juicio al haber rechazado y matado a su Enviado al echarlos fuera divididos, así como Babel confundió con lenguas y esta vez para siempre? ¿No concedió el Señor destruir hasta los cimientos el antiguo edificio por un pueblo pagano donde una vez habitó porque solo sirvió para ser fetiche de adoración en lugar de ser Él quien fuese adorado? Pues ahora, para que sepan, Dios vuelve a reunir a su pueblo, el verdadero en torno la Roca y Cimiento Fuerte e indestructible en el evangelio de Cristo. Cualquiera que oyese este llamado, será hecho hijo o hija espiritual de Dios por la fe en Jesucristo y éste es el verdadero israelita. En cuanto a 144 mil de las doce tribus que menciona el Apocalipsis no hablaré sino hasta que el Espíritu Santo me conceda llegar a ese punto.

Por ahora, baste saber que no importa si el origen es himalayo, egipcio, namibio, sudanés, griego, portugués, ruso, chino, malayo, hebreo, quechua, mestizo, cheyene, árabe, anglosajón, maya, zapoteco, negroide, afroamericano, afro mexicano, cubano, caribeño, groenlandés, nipón, filipino y un grande etcétera: si tú crees con todo tu corazón en tu alma y mente, confiesas con voz audible que Jesucristo es el Hijo de Dios y que Dios le levantó de los muertos al tercer día y fue resucitado reinando sentado a la diestra de Dios Padre, aquel origen con el cual fuiste conocido se pierde y se gana la ciudadanía de Dios, en la nueva criatura que debe ser forjada dentro de ti, tú que crees. En pocas palabras: ERES SALVO(A). Formas parte de la nueva nación santa, el israelita espiritual que ama y sigue a su Rey Jesucristo. Pero no con el logotipo de la estrella de David, sino con las marcas del vituperio de nuestro Maestro. La única bandera que tenemos como lábaro patrio es la fe, esperanza y el amor de Jesucristo en nosotros, el himno nacional son todos los cantos espirituales hacia nuestro Señor Jesús y el Padre; nuestro pasaporte es el Espíritu Santo que fluye en nuestro interior y fronteras nacionales no tenemos. Nuestra capital es la nueva Jerusalén, hacia dónde iremos los vencedores. Así que, si tenían una imagen de lo de abajo, desháganse de ese embuste, pues nuestra herencia verdadera está en los cielos y es espiritual. No olvidemos que todo lo que podamos percibir con nuestros cinco sentidos será destruido con fuego, así que ¿para qué atesorar aquí, si de cualquier manera nada nos podremos llevar? Pues el apóstol Pedro abre su mensaje explicando que no debemos olvidar que somos extranjeros y peregrinos en esta Tierra, o sea, no podemos guardar apego alguno al pasado.

Habla a los hermanos hebreos esto que sigue: “que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo vuestra manera de vivir entre los gentiles, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras”. ¿Por qué lo dice así? Porque sabía que todo nacido de esa simiente querrá ver -quiera que no- restaurado el antiguo pacto, las antiguas costumbres, la antigua religión, las fronteras anteriores y seguir con lo que estaba antes de ser dispersados. Incluso, entre los de la fe, algunos se desvían queriendo judaizar a la iglesia. Como los doce apóstoles (no confundir con los doce discípulos) no tenían apego al ser poco educados en la religión, comprendieron esto rápidamente; su celo era por el Señor y Dios, no tanto por su estilo de gobierno. Podemos leer en Pablo su enorme ahínco en que toda la nación israelita fuese salva al ser letrado y por tanto su criterio fue más amplio: en todas sus cartas manifiesta ese gran amor no por la nación sino por las almas. Del mismo modo que quien escribe este blog lo hace por México, quisiera toda mi nación fuese salva, ciertamente deseo legítimo pero que esta sazón no me toca a mí saborearla o decidir, sino ampararme a que muchos serán salvos. Pero por salvos me refiero a las almas para que hagan la voluntad de Jesucristo en sus mandamientos y no sigan enclaustrados en las tradiciones, religión, mala herencia y defectos de la nación idólatra y perversa. También el Israel actual es idólatra y perversa en su modo. Hay que leer y entender lo que el Espíritu comunica a los hermanos en Cristo.

Pero menciona las buenas obras -tanto los hebreos en aquellos días, como nosotros ahora- las cuales todos, siendo extranjeros y peregrinos dentro de las naciones mundanas donde a Dios le plació naciéramos, debemos practicar. ¿Y cuáles son? En la siguiente tabla se ilustra:

La premisa en todas ellas es: POR CAUSA DEL SEÑOR y los consecuentes son entonces:

Para mandar hay que obedecer, para juzgar hay que aprender legalidad, para decidir hay que observar en silencio, para ordenar hay que aprender disciplina y para ser líder hay que saber seguir indicaciones primero. No es por los seres humanos que ostenten poder la razón por la cual debamos someternos, sino que después de la venida de Cristo, de entre nosotros quienes aprendamos a obedecer perfectamente, seremos considerados dignos para regir con vara de hierro a las naciones durante su milenio: Si en esta vida recibimos alguna vez injusticia, en el postrer día con la guía de Cristo impartiremos justicia como seres perfectos y revestidos.

Por esto menciona más adelante Pedro a los criados (los llamados a servir): ahora los que seamos criados, encargados, empleados, soldados rasos, mozos, empleadas domésticas, secretarias, asistentes, meseros, camareras, aprendices, estudiantes, los que ocupan el nivel más bajo de todo organigrama, los hermanos menores, etcétera, sin importar origen, condición o propósito valiéndonos del soporte del Espíritu, sin que, como dice la palabra escrita en esta carta, seamos hallados malhechores.

Haciendo el bien de esta manera es como seguimos las pisadas de nuestro Maestro y Señor Jesucristo, quien por causa del amor sufrió y padeció sin causa alguna, es necesario seamos llevados por este tipo de perfección. ¿Por qué? Porque no está en nosotros juzgar o dirimir justicia, sino ser las ovejas. Quien impartirá justicia será nuestro Dios, más para impartirla primero tiene que existir la injusticia para que sea juzgada. Dios juzgará a toda alma impura, pecadora y mala que se goce de hacer la maldad, estar en contra del evangelio y a quienes maltratan a Sus hijos espirituales sin causa previa. Así agradamos al Señor, dejar seamos el instrumento no solo de Su poder, misericordia, sino también de justicia por amor a nosotros.

La promesa, somos ovejas con un Pastor y Obispo quien vela no por la comodidad nuestra carne corruptible y temporal, sino por nuestras almas, esencia vital de todo cuerpo, nuestro Señor Jesús.

Dejamos a su consideración lo escrito en 1ª Pedro 2: 11-25. La paz del Señor Jesucristo es en todos ustedes amados, creyentes y salvados por Dios mediante la fe en Jesucristo, amén.


11 Amados, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, 12 manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles; para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, glorifiquen a Dios en el día de la visitación, al considerar vuestras buenas obras. 13 Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, 14 ya a los gobernadores, como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien. 15 Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagáis callar la ignorancia de los hombres insensatos; 16 como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios. 17 Honrad a todos. Amad a los hermanos. Temed a Dios. Honrad al rey. 18 Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos; no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar. 19 Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente. 20 Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios. 21 Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; 22 el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; 23 quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; 24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados. 25 Porque vosotros erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al Pastor y Obispo de vuestras almas.

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