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Jesús sepultado y cuidado.

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 2 ago
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Actualizado: 4 ago

Amados hermanos nuestros, que la paz, gracia y amor del Señor Jesucristo sea con ustedes, en su espíritu, amén.

Nuestro amado Señor, ya fallecido, fue tomado por un varón que poseía riquezas y su nombre fue José, nativo de Arimatea y fue movido a misericordia de disponer de un sepulcro para que el cuerpo de Cristo no fuese violentado y pudiese él continuar su propósito de ir a la región de los muertos y acomodar todo allá

Este hombre fue escogido por nuestro Padre para que velase el testimonio terrenal de Su HIJO: su cuerpo sin vida en ese momento no fuese tomado por los adversarios para dar mal uso o hacerle mal. Por esto, este varón recibió gracia, pues además preservó el cuerpo con una sábana limpia y siendo acomodado para colocarlo en esa cueva.

Previamente fue con la autoridad, Poncio Pilatos, para solicitar el cuerpo y él, cansado de lidiar con este asunto le concedió prontamente su petición.

Luego, ya el cuerpo limpiado y cubierto, se rueda una gran roca que cubre el sepulcro y reposase dentro.

Dos mujeres María, Magdalena y otra se quedaron para llorar el cuerpo y vigilar que nadie tocase el cuerpo del Señor para hacerle daño. 

Hasta en estos momentos el Señor tuvo cuidado con Su Hijo, pues él estaba en el Seol anunciando el cumplimiento de la profecía y aquellos justos y sabios, aquellos reyes y profetas que añoraron ver con sus ojos terrenales al Hijo, la Promesa, el Mesías, fueron llevados por él al paraíso y Abraham quedó ya liberado de ese seno a su cuidado, habiéndosele dado tantos hijos y los que aún faltarán por llegar.

Así también nosotros somos cuidados por nuestro Señor y Padre y ahora también por el reinado de nuestro Señor Jesucristo, aun en el momento de nuestra muerte. Nuestro cuerpo queda guardado y protegido de todo mal uso que alguien inspirado por el mal quiera hacer y por eso se corrompe, para que esa materia se reintegre en otra cosa y nuestro espíritu en forma de alma tenga otra corporeidad cuando vayamos al encuentro de nuestro Señor Jesucristo.

Familiares, amigos, hermanos o incluso extraños serán quienes vean que nuestro cuerpo sea entregado a la Tierra y así se termine un ciclo como es debido.

A partir del exacto momento de expirar, el acuerdo de Cristo como sufriente humano termina y entra como el Príncipe de paz a los escogidos del Padre en la primera era. Les mostró sus heridas y ellos recordaron que las palabras predichas cuando estuvieron en vida fueron cumplidas al pie de la letra y eso es el gozo completo. Creyeron y ahora son guiados por el Rey de Israel y el Rey de Reyes y Señor de Señores: Jesucristo Hijo de Dios, Señor y Salvador nuestro; Maestro y Obispo de nuestras almas.

Todo está debidamente calculado y en ningún instante de la vida o la muerte dejamos de estar fuera del cuidado de nuestro Dios.

Lea para mayor contexto el pasaje hallado en Mateo 27:57-61:

57 Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. 58 Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. 59 Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, 60 y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue. 61 Y estaban allí María Magdalena, y la otra María, sentadas delante del sepulcro.

Que la paz, gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados lectores, amén.

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