La Cena en el Señor Jesucristo. Aspecto espiritual.
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Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
Ya en el día en que había de ser entregado en el primer día de la fiesta, el Señor Jesús se privó de aparecer en público, pues su entrega ya estaba pactada, su traición acordada y su muerte asegurada. Desde temprano los discípulos, entre gozosos e ingenuos, se dispusieron -según las órdenes del Señor Jesucristo- a preparar un lugar adecuado para realizar la cena de los panes sin levadura. Fueron e hicieron como convenía. Leamos con atención el pasaje de Mateo 26:17-29:
17 El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua? 18 Y él dijo: Id a la ciudad a cierto hombre, y decidle: El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa celebraré la pascua con mis discípulos. 19 Y los discípulos hicieron como Jesús les mandó, y prepararon la pascua.
20 Cuando llegó la noche, se sentó a la mesa con los doce. 21 Y mientras comían, dijo: De cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar. 22 Y entristecidos en gran manera, comenzó cada uno de ellos a decirle: ¿Soy yo, Señor? 23 Entonces él respondiendo, dijo: El que mete la mano conmigo en el plato, ese me va a entregar. 24 A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él, mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido. 25 Entonces respondiendo Judas, el que le entregaba, dijo: ¿Soy yo, Maestro? Le dijo: Tú lo has dicho.
26 Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. 27 Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; 28 porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. 29 Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre.
Después de leer el texto, se hará un parteaguas sobre cómo leer este texto. Como el nombre lo indica en esta entrega se ve el aspecto espiritual, es decir, lo importante y profundo de revelación de los cielos en cuanto a esa magna celebración y mandamiento supremo de nuestro Señor Jesucristo: la celebración de esta cena en su nombre para conmemorar su sacrificio por medio de la muerte. Lo secular ya se vio en el tema anterior, el uno, para la honra y gloria del Señor Jesucristo. Es necesario leer las dos versiones para que tengamos un entendimiento y comprensión totales en lo que es la obediencia a este mandamiento supremo.
Ahora viendo el aspecto espiritual, la vianda espiritual, la cena y la convivencia es una señal de amor del Señor Jesús que prometió que entraría a nuestra casa a cenar con él y él con nosotros. Este acto es de comunión íntima porque es en la noche, no hay extraños y solo quienes nos profesamos amor de Dios entre nosotros, así como él.
El Señor los entristece en el punto medio de la Cena, pues él ya comenzaba a sentir la presión en su carne de su devenir en el corto plazo. Pero con la fortaleza que el Espíritu le dio, dijo que uno de ellos lo habría de entregar. Y es que era cierto, porque el Iscariote estaba ahí.
Aquí abrimos un paréntesis, porque en nuestras cenas no habrá más Iscariotes, en esta tuvo que ser así porque ya estaba escrito, pero de ninguna manera alguien indigno puede comer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo, pues se hace reo de juicio y puede ser disciplinado o retirado de este mundo, según el grado de indignidad con el que se haya atrevido a desobedecer.
Por eso entre nosotros no puede haber Iscariotes, esos ya están muertos y por tanto no pueden estar presentes entre nosotros los vivificado y justificados por gracia. Cerramos paréntesis.
El Iscariote estuvo aquí porque la profecía decía que el Hijo del Hombre habría de ser entregado por el hombre de su paz, ese de quien mete la mano en el mismo plato para tomar bocado. Esto simboliza que el enemigo siempre buscará destruir todo lazo de Dios con el hombre, toda obra de Cristo para salvar almas. Y de hecho el mismo Señor Jesús recita y resume todo esto en su frase: de que él iba por lo escrito; mas hizo lamentación por quien iba a ser entregado. Menciona que no nacer nacido era su opción. Sin embargo, nació y nació para eso. Ya hemos también hemos tratado este tema del Iscariote.
Pregunta Judas si es él, consternado y Jesús sin decirle un “sí” expreso lo afirma y lo conmina a que se apure, que no demore más. No lo menciona este pasaje, pero en este momento sale y ya no forma parte de los salvos (como se dijo nunca lo fue, por eso en la parte secular expresamos que nadie inconverso puede tomar del pan y beber del vino).
Aquí se separan los cuatro destinos: el Señor Jesús, a ser muerto y por ende a menguar en su poder del Espíritu; los discípulos, a ser dispersos y puestos a pruebas; el Iscariote a su rebeldía y traición extremas que lo llevan a la perdición y condenación extrema y el enemigo, que por un corto tiempo tendrá el poder de maltratar y quitar la vida al Cordero, someter y posesionar al Iscariote para que no dude y haga lo que tenga que hacer y de azuzar a algunos de los discípulos, dispersándolos.
Pero antes de eso, ahora sí, el momento estelar.
Parte el pan y lo da a comer diciendo que es partido para que todos ellos formen parte de esto. Bendijo esta acción porque es obra buena de Dios. Partir su cuerpo es permitir que él pueda vivir de manera total en tiempo real en el cuerpo de millones de creyentes en todo el orbe en toda época. Por eso se parte el pan, porque multiplica la vida a millones de millones y él, omnipresente, está forjándose en nosotros. Somos su casa, su templo donde él por fin vive y duerme, come, cena y ministra a Dios.
Ser parte del cuerpo es ser parte de la iglesia. Todos somos células de la novia y tabiques del templo que es su gloria.
Luego viene la copa, su sangre, derramada sobre la Tierra para resarcir el daño en ella y ser tomados como sujetos dignos de rescate. Esta sangre es lo que expía y limpia todo pecado en nosotros: pasados, presentes y futuros. Sin su sangre no podríamos ser absueltos. Es el sello espiritual que nos distingue como seres salvos, porque aceptamos lavarnos con esta sangre bendita.
Ser limpios es lo que confirma nuestra posición como hijos espirituales de Dios, caminando el camino sin duda ni temor.
Y es Señor les promete que se privará de tomar vino con ellos hasta que en el postrer día de la salvación lo beba con todos los redimidos en el día de su boda con su novia, la Iglesia en el reino del Padre. Esta promesa también es para nosotros porque ciertamente estaremos formando parte de esa comunidad de salvos.
La Cena continuó un poco más, alabaron al Padre cantando con mucho gozo el Salmo 117 que es un clamor de esperanza y un grito de amor y fidelidad al Padre.
En verdad, obedecer este mandamiento (el otro es el bautismo en el nombre del Señor Jesucristo) es vitalísimo llevarlo a práctica porque nos catapulta a vivir plenamente la vida en Cristo.
Cada vez que celebramos la cena, honramos a nuestro Rey Jesucristo, coronado y sentado a la diestra del Padre. A él sea toda la honra, poder, honor, majestad y eterna vida por siempre y para siempre, amén.
Que el amor, la gracia, el gozo y la paz del Señor Jesucristo esté en todos ustedes, amados hermanos, amén.
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