La comparecencia del Cordero ante el Sanedrìn
- Cuerpo Editorial

- 14 jun
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Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.
Nuestro Señor Jesús fue desprovisto de todo poder, toda palabra y toda autoridad para ahora fungir el rol de un cordero, el Cordero de Dios, para quitar el pecado del mundo a través de su sacrificio. Un ser destinado a morir por amor a billones y billones de almas de todas las épocas y solo con la porción del Espíritu suficiente para guardar compostura -porque ahí estuvo en total contacto con su esencia de carne y hueso, su alma ceñida a esa materia y su mente en lo físico, siendo apoyada por la porción del Espíritu Santo en él para declarar lo que fuera necesario solamente.
Los traidores y engañados lo apresaron y trajeron con las jerarquías eclesiásticas y religiosas para de alguna manera darle muerte simulando un juicio justo con una sentencia ya cantada desde hace tiempo.
Esto lo meditamos en el Señor para su honra y gloria. Buscaron afanosamente una sola excusa para enjuiciarlo y así, justificar su ignominia. Trajeron falsos testigos, dos en particular, quienes tergiversaron las palabras de nuestro Maestro respecto al templo y su reedificación en tres días, simulando un atentado contra Dios. Hicieron creer que hablaba del edificio, el cual ya era un ídolo para esa generación de hipócritas.
Se hace hincapié que dos testigos falsos fueron el medio para quitar al Autor de la vida de entre los vivos. En Apocalipsis, otros dos testigos, esta vez, enviados por Dios para aleccionar a los vivos condenados a muerte, serán muertos a causa del amor al Cordero de Dios. Se restauran todas las cosas con una acción y otra reacción. Así como el mundo usó dos bocas para mentir, el mismo Dios usará otras dos bocas para hablar verdad.
Continuamos y ahora el sumo sacerdote hace su espectáculo de drama y santidad, simulando ser un defensor de la ley, pretende jugar al justo y le pregunta a Jesús -como dándole gracia, misericordia y oportunidad de audiencia- si tenía algo qué decir en su defensa.
Pero el calló.
¿Por qué calló?
Por amor, lealtad y fe. Por el poder del Espíritu Santo. Y es que su afrentoso concilio era tan frágil y débil que cualquier dicho de Cristo podía tumbar su farsa. Por eso no habló. Tenía que ser enjuiciado injustamente.
Más en su frenesí de protagonismo, mediante una conjuración al nombre del Dios Vivo, el sumo sacerdote obliga a Jesús a abrir su boca para que confesara si era cierto que habría dicho que era el Mesías, el Cristo, el Hijo de Dios. Astutamente lo dijo así, no porque buscase hacer justicia y buscar la verdad, sino para que de él mismo saliera la confesión para incriminarlo.
Sin embargo, más que astuto, preciso y exacto, el Señor no confiesa directamente, sino que, usa las propias palabras del sumo sacerdote para reconocer tal verdad y, con sus propios dichos, sea él hallado luego reo de juicio eterno. ¿Cómo así?
Pues es parte del misterio de la piedad, pues él fue el primero fuera del círculo mundano -siendo carne y hueso en confesar que Jesucristo es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente- en decirlo y asumirlo como verdad divina. Proclamado en las naciones: algunos para salvación y otros como burla y escarnio, pero al fin confesión. Tras proclamar en voz alta y rechazarla sella su destino y así todos los que conocen esta verdad y la desechan.
Incluso, el Señor Jesús le revira diciendo que ya no se escondería más, como tampoco será un secreto sino una ley eterna. Por si fuera poco, será eterna y ellos serán testigos de su regreso de entre los muertos, aunque no de manera presencial, pues ya no tendrían ellos esa potestad de volverle a ver tras resucitar.
Naturalmente, al verse exhibido y confrontado, alega el sacerdote blasfemia y a partir de ahí comienzan a vejar a Cristo, provocándole para que se airase y burlándose al pedirle que dijera quiénes lo golpeaban a placer.
Extasiados porque tenían rienda suelta, le condenan a muerte. Por fin esta némesis, esta frustración hecha carne de haber sido mostrados peores que el faraón en tiempos de Moisés, podía ser sometido y hecho reo de muerte. Su enemigo jurado a su merced, por un poco de tiempo.
¡Almas desdichadas! Su alegría será puesta en crujir eterno algún tiempo después cuando todos y cada uno de ellos cayeran por la muerte del cuerpo.
Y Pedro dio testimonio a Mateo de estos dichos, pues acudió como testigo presencial de tales hechos para que la iglesia fuese informada y hasta el día de hoy sepamos el acontecer de esos días duros y difíciles para la incipiente iglesia. era necesario acudiese para diese parte de lo anterior, que se basa en lo escrito en Mateo 26:57-68.
57 Los que prendieron a Jesús le llevaron al sumo sacerdote Caifás, adonde estaban reunidos los escribas y los ancianos. 58 Mas Pedro le seguía de lejos hasta el patio del sumo sacerdote; y entrando, se sentó con los alguaciles, para ver el fin. 59 Y los principales sacerdotes y los ancianos y todo el concilio, buscaban falso testimonio contra Jesús, para entregarle a la muerte, 60 y no lo hallaron, aunque muchos testigos falsos se presentaban. Pero al fin vinieron dos testigos falsos, 61 que dijeron: Este dijo: Puedo derribar el templo de Dios, y en tres días reedificarlo. 62 Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican estos contra ti? 63 Mas Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios. 64 Jesús le dijo: Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. 65 Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: ¡Ha blasfemado! ¿Qué más necesidad tenemos de testigos? He aquí, ahora mismo habéis oído su blasfemia. 66 ¿Qué os parece? Y respondiendo ellos, dijeron: ¡Es reo de muerte! 67 Entonces le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos, y otros le abofeteaban, 68 diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó.
Que el amor, la gracia, el gozo y la paz del Señor Jesucristo esté en todos ustedes, amados hermanos, amén.




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