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La incompatibilidad entre lo viejo y lo nuevo.

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • hace 7 horas
  • 4 Min. de lectura

Amados hermanos nuestros: que la paz, gracia y amor del Señor Jesucristo sea con ustedes, en su espíritu, amén.

Dentro del campo de la filosofía humana -la ciencia que analiza lo que trasciende de la ciencia y mediante analogías, silogismos, premisas e hipótesis procura dar alguna razón o explicación de lo incomprensible- existe una teoría llamada de la comprensión, la cual a grandes rasgos justifica de manera inteligente los actos de los grupos humanos a través de los individuos en los motivos surgidos por emociones, antecedentes, propósitos e intereses de los tales.

Es decir, que las acciones tienen un fundamento tanto objetivo como subjetivo y, haciendo hincapié en lo segundo, dar significado (valor o argumento) sobre dichas acciones y de esta manera lograr un entendimiento, para posteriormente dar un juicio de valor humano que matice o suavice lo cruel o inesperado en consecuencias de las acciones hechas.

Hasta aquí todo muy bonito, muy encantador y por qué no decirlo, muy justo.

SIN EMBARGO, leamos lo que nuestro Señor Jesucristo dice al respecto en Marcos 2:21-22:

21 Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; de otra manera, el mismo remiendo nuevo tira de lo viejo, y se hace peor la rotura. 22 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra manera, el vino nuevo rompe los odres, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero el vino nuevo en odres nuevos se ha de echar.

Para las cosas de Dios no aplica el pensamiento del autor, puesto que seculariza el análisis, entre tanto nuestro Señor Jesucristo explica y enseña mediante dos analogías sinceras la temporalidad y profundidad de la realidad de las almas.

La teoría de la comprensión es una rama de la sociología que permanentemente “estudia” y luego dictamina conductas.

El Espíritu Santo da ciencia y conocimiento de las conductas. Dicta cátedra sobre las intenciones del corazón.

Entonces, nuestro Señor Jesucristo nos enseña que el hombre no puede ser renovado entretanto su esencia quiera mantener intacta su vieja estructura.

En la primera analogía, habla de un vestido. Si el vestido es viejo no puede ser reparado con remiendos nuevos, porque la estructura del remiendo es fuerte y (como el Señor Jesús lo explicó) rasgaria lo débil de la rotura haciéndola peor.

En todo caso, el vestido tendría que ser nuevo para que el remiendo funcionase. El punto es que la esencia primera del Hombre, la pecadora, no puede sobrevivir conviviendo con el remiendo (el Espíritu Santo de Dios en la vida de un creyente). El Espíritu Santo rompería con todo lo que hay en ese cuerpo y alma negligentes y se destruiría esa alma, lo cual por supuesto jamás ocurrirá.

Por tanto, si alguien no quiere tirar el vestido viejo, no tendrá remedio ni remiendo y la vergüenza de su desnudez espiritual será expuesta ante los ojos de Dios y de los hombres.

Cristo no será pleno ni vivirá en ese cuerpo que se resiste a ser renovado.

Jesucristo es presente, es vida y vida en abundancia. No puede justificarse, enmendarse, comprender y minimizar el contexto del pasado para pretender explicar o predecir el futuro.

En la segunda analogía, se habla de dos tipos de odres: nuevos y viejos y un vino nuevo. El vino nuevo es Jesucristo mismo. Los odres viejos son personas con mucho bagaje doctrinal, religioso, moral, sesgado y sabiduría en su propia opinión, además de soberbia y terquedad. Son personas ya casadas con una ideología y no están dispuestas a cambiar por cualquier motivo.

Los odres nuevos son personas reconstruidas por Dios para efectos de sostener el poder del vino nuevo (al ser base agua con densidad muy grande y poderosa que con el contacto con la gravedad el peso soportado por unidad de tiempo es considerable) que es vivir el evangelio como Cristo anduvo. Aquí, en esta esencia del hombre es como Cristo vive, crece y se perfecciona en nosotros, los que creemos en él. Jamás seremos quebrados ni sucumbiremos a otros líquidos porque ya somos llenos de Cristo.

En consecuencia, no puede tener sentido encapricharse de introducir a Cristo en personas de conciencia cauterizada, seres humanos ya ligados a ideas, religiones y dogmas hasta la muerte. Son tan incompatibles como el agua y el aceite.

¿Y cuál es la relación con la teoría de la comprensión con esto que dijo nuestro Maestro, Señor y Salvador Jesucristo?

Que el pasado es perdonado, el presente es Cristo y el futuro es vivir por él, para él y morir para él.

No es comprensión, es misericordia y amor; no es estudio, es tener fe del cambio total a lo que es bueno ante los ojos de Dios y de los hombres; no es análisis, es dar todo el corazón y confesar de labios que Jesucristo es el Hijo de Dios; no es entender: es volver a nacer; no es dar un juicio de valor: es decir: confío y creo en Ti, Señor Jesucristo.

Muchos enemigos de Dios introdujeron este pensamiento terrenal al momento de justificar conductas impropias, ponerse venda en los ojos para no ver y taponar pecados para evitar ir por el camino de la renunciación, de la santidad y búsqueda de la perfección. También, gracias a esto, se ha moralizado el evangelio de tal manera que existen las famosas denominaciones, contraviniendo flagrantemente lo escrito también en Efesios 4:1-6.

Así pues, hermanos, para ser vasos de honra y ser llenos del Espíritu Santo nada de lo que hayamos sido antes de Cristo puede o debe permanecer en nosotros fuerte. Si no erradicado, se trabaja en renunciarse. En mayor o menor medida, pero no procurar no esconder dogmas, creencias, conductas, pensamientos, usos y costumbres que conforme a la revelación gradual del Espíritu Santo nos sea revelado a su tiempo que no agrada a Dios o no da buen testimonio de Cristo.

Que la paz, gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo sea en todos ustedes amados lectores, amén.

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