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Parte 4: Quinto y sexo Ayes

  • Foto del escritor: Cuerpo Editorial
    Cuerpo Editorial
  • 11 ene
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 18 ene

Que el amor, la gracia, la paz y el gozo de nuestro Señor Jesucristo sean plenos y rebosantes en ustedes, amados hermanos, amén.

El Señor Jesucristo en sus juicios es implacable: justiciero fiel y verdadero, en él no hay maldad, pecado ni rencor, sino que es un gran celo por la mortífera contaminación de la fe en Dios a través de mentiras, rapiña, soberbia y necedad por parte de los fariseos y escribas.

En la entrega de hoy en Mateo 23:23-26 no deja pasar un aspecto muy importante. En aquel tiempo, todavía la ley guardaba un trasfondo o cimentación espiritual en cada mandamiento y letra de la ley. Hoy ya no, porque la palabra de Cristo abarca más aspectos aparte de lo que la ley mosaica cubría. En pocas palabras, el evangelio de Cristo es más amplio, vigente y completa a la perfección todo lo que la ley tuvo pendiente, por cuando fue consagrada sólo a un pueblo y no a todas las naciones de la Tierra. Por eso Jesucristo vino en carne a cumplir la ley, para reformarla y sea aplicable a cada nación y época por venir.

Pero primero leamos el contexto del pasaje.

23 ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. 24 ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito, y tragáis el camello!

El Señor Jesús recrimina la insolente manía y obsesión por lo material. No da mensajes abiertos ni ambiguos, sino crítica directa y específica sobre las malas obras. Ocuparse en diezmar las especias para lucrar prácticamente hasta la última célula de ellas, tasando y cobrando por todo es repugnante, porque la materia en realidad nada es sino la intención del corazón de obedecer al pie de la letra implicaba la justicia, la misericordia y la fe. Realizar la entrega de la menta, el eneldo y comino daban el olor grato de obediencia. Menciona la justicia porque, tras obedecer sin dudar y en completitud con lo entonces escrito la justicia daba al portador de esta acción la oportunidad de recibir misericordia en la expiación de pecados, la renovación de la fe al ser limpiados y liberados de juicio y que el ciclo se cierre con el amor por haber sido salvado.

Nótese que sí era importante recibir estas plantas, pero siempre y cuando su obtención y uso fuesen en los términos correctos; si no, sería vanidad hueca. Empero los perversos añadieron afán, vanidad y religiosidad a este evento, pues procuraban ver materialmente la obra perfecta y no el contexto espiritual de buscar el perdón.

Termina el Señor poniendo nombre y apellido a su pecado: ceguera. Incapacidad de ver la voluntad obra de Dios, por eso cuelan el mosquito (gravan los detalles y señalan el mínimo error) y tragan el camello (olvidan lo importante que es agradar a Dios y así enseñan a desobedecer).

Esto fue el Quinto Ay. En cuanto al Sexto Ay, es una sonora lamentación de desaprobación por la hipocresía que manejan los fariseos y los escribas. Es como si el Señor Jesús menease la cabeza diciendo: “no entienden que no entienden”. Los exhibe precisamente en su hipocresía, pretender bondad, buena voluntad, misericordia, amor, fe, obediencia, humildad, servicio y dedicación, cuando en realidad estaban llenos de maldad, mala entraña, dureza de corazón, frivolidad, avaricia, desobediencia, soberbia, elitismo y religiosidad y eso tenía Dios por aborrecible. Las intenciones no son voluntades, los deseos no son obras y los pensamientos no son acciones, por tanto, toda su palabrería y lisonja era intentos de lavar lo externo para que fuesen aparentemente limpios, pero el Señor Jesús les dijo que debían limpiar primero su alma, conciencia y corazón para que sus obras tuvieran valor alguno.

No se los dijo como consejo, sino como advertencia, pues ellos oyeron y se llenaron de furor y él sabía que lo desoirían y así quedó asentado en el libro de las obras que fueron avisados de su mal proceder.

El Señor Jesucristo tiene la potestad de señalar y decir verdad. Él es la verdad, así que nada salido de él es mentira. Todo lo que ha dicho hasta ahora nada ha sido invento o calumnia dolosa. La verdad duele, hiere y pica para quien hace y practica mentira o se escuda en esta. No es culpa de quien habla verdad, sino del que está fuera de ella, pues acto voluntario es. Por eso el mundo aborrece a Cristo, porque sus falacias son puestas a la luz y desechas pues tratan de ser cubiertas de maldad y del pecado.

Por eso amados hermanos, no podemos nosotros dejar de fascinarnos sobre el poder de conocimiento que el Señor Jesús, aun en la incompletitud de la carne, tenía en todo asunto. Y si él pudo hacerlo nosotros también podremos, y aún más, como está escrito. Añoremos este poder, para ser mejor testimonio que la verdad nos hará libres y ya nos hace libres.

Que el amor, la gracia, sabiduría y fe del Señor Jesucristo sea abundante en su espíritu, amados hermanos, amén.



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